viernes, 17 de julio de 2009

Leyenda de Diana Beláustegui

“No lo sentía subir, no escuchaba su respiración cansada ni su parloteo odioso sobre lo ocurrido en su larga mañana de trabajo. Estaba casi en la cima del árbol cuando percibió el silencio, miró y lo encontró en el suelo, parado, inmóvil, mirándola. Una chispa extraña brillaba en aquellos ojos, estaba muy arriba pero lograba percibir el rencor, el cansancio, la venganza y aun así la tristeza por el amor que le tenía.
-¿Qué haces?- le gritó agresiva- yo sola no voy a hacer todo el trabajo. ¡Subí!- ordenó
Cuando notó que él no haría nada, intento bajar y allí comprendió todo. Un segundo le valió para que todo cobrara significado. Las ramas por las que había subido no estaban y ahora yacían esparcidas por todo el suelo. El muchacho moreno bajó la cabeza y se apartó.
-Hermano- gritó con todo dulce.
-Hermano, vení- suplicó
Él la miró por última vez antes de alejarse definitivamente. Una lágrima caía y la secó, enojado, ni bien llegó al pómulo.
-Hermano vení… ¡Vení!- la fuerza del odio la ganaba.
La muchacha malcriada había bebido de la poción del egoísmo. Una lección era, en este momento, una afrenta. Por ratos lo maldecía y por otros lo llamaba suplicante, la garganta agotada. Las manos y los pies sangrantes. Ya no intentaba buscar un mejor apoyo o una forma de descender, estaba parada paralela al tronco, sujeta fuerte a la rama que cedería en cualquier momento.
-Hermano- lloraba con voz ronca y juraba encontrarlo.
Juraba llegar a él y comerse los ojos por aquella última mirada… juraba llegar a él y relamerse mientras jugaba con esos sesos que habían ideado su fatídica soledad, este frio que ahora la atormentaba y su muerte, que seguro, revoloteaba a su alrededor.
-Hermano volvé- gritó una y otra vez hasta que la voz se confundía con un alarido grotesco que helaba las almas en aquella noche sin luna.
Los ojos inyectados en sangre y la boca distorsionada, las garras rompiendo la piel del tronco.
La metamorfosis fue rápida y brutal, cruel y tormentosa. Los gritos contaban del dolor y odio que llevaron a la mujer a convertirse en ese animal pequeño y gris, que vuela en busca del hermano aleccionador para dar rienda suelta a ese odio que la transformó en ave, a esa venganza que la hace un pájaro extraño. Porque un animal engendrado en el rencor vuela de noche, tiene forma y color inusual y el grito que rompe la armonía del silencio es el llamado de la sangre que va por su sangre para hacerla correr. En las penumbras permanece inmutable en las ramas, espiando, a la espera de dar con aquel corazón que ella sentenció: No deberá latir más.”


Un crujido en la ventana espantó al viejo que saltó en la silla.
La niña estiró el cuello hacia ese lado del cuarto y volvió la mirada tratando de observar el ojo bueno, el izquierdo, y no la cuenca oscura y vacía del derecho.
-Abuelo, las leyendas no asustan.
El viejo se levantó y constatando que ya había oscurecido, cerró la ventana. Él sabía que hasta que no atrapara al ave… las leyendas si asustaban.

1 comentario:

  1. bueno che si está esta narración, dice cosas, no es fácil escribir con estos temas, vamos andando

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