viernes, 21 de agosto de 2009

La Rata de Abel Miranda

Tú no vivirías si así yo lo dispusiese. Sabes que un día puedo decir:- no vivas más- y ahí se termina todo. Pero no podría hacerlo.
Tus parientes te han abandonado y él se ha marchado. Hiciste que lo enterraran en el cementerio viejo. Ya ni te acuerdas de él. Tu rancho es la miseria, pero no puedes verlo, te has quedado en penumbras. Piensas que aún vives con el poder que antes te acompañaba. Y de eso ya no hay nada.
Hueles como una perra la comida que te dejo sobre los palos a pique que nos separan. Estás sola, abandonada. Podría dejarte morir de hambre o llenarte el rancho de hormigas. Pero no puedo hacerlo.
Tú me has tratado como un perro.
Yo era la rata sucia a la que tú mandabas. Alguna vez me quisiste, tus ojos me aseguraban tu deseo, pero te fuiste con el Turco que jamás te quiso. Por las noches regresaba borracho y en tu vientre apagado gritaba a aquel hijo que no vendría. Tú llorabas triste.
A veces me mirabas con detenimiento. Sabías que tu destino hubiese sido distinto a mi lado. Perro el Turco era el dueño de las mulas, de los carros, del campo, de las hachas y de las mujeres de los hacheros. Y tú fuiste suya. Y ahora sola aquí, sin agua, sin nada te has quedado. Vieja, ciega, vencida: un águila sin ojos. Sólo tu antigua rata te acompaña, es la que llena tu tacho con agua cuando duermes, la que quema las vinchucas, la que limpia la inmundicia y te mira desde donde no puedes presentirla.
No ha quedado nada de tu pueblo, sólo tu antigua rata te acompaña.
Tu hombre se murió cuando aún veías y gritabas con voz de mando hacia todos lados, tu rata siempre obedecía.
Llamaste a tu rata un día, un día en el que tu hombre no estaba y le dijiste:-desvísteme- y tu rata se quedó temblando como un niño con miedo. Tu cuerpo era blanco, olías a flores y no ha humo como tus empleadas.
- Desvísteme, no te quedes ahí parado que si el Turco nos encuentra ya sabes lo que hará-
Siempre que podías llamabas a tu rata y ella siempre estaba. Pero tu cuerpo se fue secando lentamente entre las manos de tu hombre y las manos de tu rata que competían a horas distintas sobre tu cuerpo.
Tu amor y el de tu rata se quedó en alguna distancia, en alguna mirada y lo que fue quedando entre ustedes se derritió lentamente hasta hacerse ese mísero plato que ella te deja sobre un palo.
No hay nada entre ustedes. Tus ojos blancos no tienen memoria y tu amor se muere en este laberinto del vivir. Tu ceguera ha carcomido los recuerdos y has quedado hecha ese animal indefenso del cual nadie se acuerda, salvo tu rata que vive escapando a la muerte para que tú no mueras.
Alguna vez lo pensaste: "escaparé contigo, llévame a donde quieras”, pero tu tiempo era próspero y jamás te arriesgaste.
Contemplo las estrellas en este inmenso agujero sin fin, desde este otro agujero oscuro en el cual podría caber ese vasto universo, y más, y Dios entero.
Ella habita el otro lado de la nada y yo no puedo salvarla, cada vez se aleja y extiendo mi mano y se aleja cada vez.
Entre sus arrugas cabe un hombre. Nadie puede salvarla porque ya nadie la recuerda.
Todo es oscuridad, ya no soy esa que he sido: mi rostro, mi cuerpo se ha secado. Él está en algún lado y se esconde como un animalito. Si yo pudiera tocarlo. Sé que está en algún lado, lo sé. Moriría si así yo lo dispusiera.
Es apenas ese animalito que piensa que me cuida. Su vida depende de esta cosa en que me he convertido. Mientras respire sigue siendo mi empleado y no podrá escapar porque el yugo que lo detiene está impreso en su mente.
Después de la quincena tendrá que venir a cobrar y ahí ¡zas! le saco la cuenta y otra vez queda en deuda, y él ya sabe lo que les ocurre a los hacheros que no pagan. Su vida es una larga deuda que él me paga, y no puede escapar. ¡Aquí nunca ha escapado un empleado!

1 comentario:

  1. Me gusta. Buen giro para un tema en apariencia trillado.Con buena estética de las imágenes.

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