miércoles, 30 de diciembre de 2009

La cadena de Diana Beláustegui

La cadena decía: envíalo a 450 personas o 10 rayos caerán en tu camino, cien demonios golpearán a tu puerta y mil almas en pena rozarán sus cadenas en tus tobillos cuando camines de la cama al baño en la oscuridad de la noche.
La leí dos veces, lo pensé tres, lo medité cuatro, y la cerré de una. Todavía recuerdo que cuando me levanté me encontré en el espejo del living con una sonrisa sobradora, de esas que se nos planta en la cara cuando sabemos que determinada situación está a la altura de nuestro ombligo, esas sonrisas que nos salen cuando nos sabemos ganadores, elevados, megalómanos, estafadores.
Y pensar que había gente que le creía a esas estupideces.
Poca cultura generaba esos miedos.
El que la había mandado tenía serias limitaciones intelectuales y todos aquellos que obedecían las indicaciones del texto eran colaboradores de la ignorancia.
Se me cruzó por la mente que ahora cualquiera podía tener una PC e Internet y que a través de ésta se desplazaba la incultura por todos lados queriéndose relacionar con todos, hasta con los que la despreciaban.
Sintiéndome superior a todo, a todos, me fui a la cocina a ver que encontraba en la heladera. Sonó el timbre.
Dejé la heladera abierta y corrí a atender. Al abrir la puerta no encontré a nadie, pero algo subió por debajo del pantalón y corrió por la pierna hasta quedar abrazada a mi rodilla.
La sensación de asquerosidad me confundió. Comencé a gritar y golpear con fuerza los pies contra el suela, cerré la puerta con furia y con la premura que el caso ameritaba me saqué el pantalón, rompiendo el cierre y arrancando el botón.
En la rodilla tenía una araña enorme, agarrada a mi piel como si de una garrapata se tratara.
Intenté sacarla a los manotazos y luego golpeándola con una toalla que había a mano.
Entre el asco que me producía y la sensación de terror que me torturaba las manos con espasmos nerviosos vomité todo lo que había comido y más también.
La tenía adherida como un parásito grande y oscuro. Como un castigo o una maldición. Esto último no se me cruzó por la mente, hasta el momento en que mi madre abrió la puerta de entrada y el bicho cayó muerto al suelo. Asustada por encontrarme en un estado tan deplorable de nerviosismo e histeria, ella, intentó calmarme para que pudiese contarle algo por encima de los sollozos.
Mencioné el timbre, el arácnido, más no la cadena maldita.
Me di una ducha, intenté relajarme, me tomé una pastillita para poder dormir tranquila y me fui a la cama.
A las cuatro me desperté con unas ganas horribles de orinar, no lo pensé, me levanté como autómata y me dirigí al baño en la oscuridad.
Antes de que llegara algo rozó mi tobillo. Recordé la araña y me quedé inmóvil. Tanteando encontré el interruptor y prendí la luz. Miré hacia abajo, los últimos eslabones de una cadena doblaban el recodo y se dirigían a mi habitación.
¿Qué encontraría si espiaba en esa dirección? ¿Qué horror me esperaba escondido bajo mi cama?
Estaba tentada de llamar a mi madre y que ella me socorriera, que mirara en mi cuarto como cuando era niña y que corriera al cuco que se escondía en mi ropero también.
Que me acompañase a la cama y se sentara a mi lado, tocándome el pelo hasta que me durmiera.
Poca cultura generaba esos miedos. Yo lo sabía, mi madre lo sabía y la gente culta con la que me relacionaba también.
Respiré hondo, me enderecé, levanté los hombros y con lo que me quedaba de dignidad caminé hasta el living, prendí la computadora y envié la cadena a los 450 que me indicaba y a unos tantos más también, por si, para acallar demonios y tranquilizar las almas en pena.
Sigo pensando que las cadenas son de gente de poca cultura y los que la obedecen son colaboradores de la ignorancia. Crédulos, supersticiosos y pobres almas escasamente cultivadas.
Me río cuando las encuentro, gozo con aire de superioridad cuando las cierro. Y a las 12 de la noche, cuando nadie me ve, las mando obediente, me pongo una remera en la cabeza como cuando era niña y jugaba a tener pelo de polera, me ato la sábana a la cadera y me acerco sigilosa, cambiando hasta la forma de mirar.
Porque cuando las mando no soy yo.
Invento personajes, personalidades, cierro los ojos y trato de no verme.
Poca cultura genera esos miedos.
Yo lo sé, mi madre lo sabe, mis amistades cultas lo saben, mis otros yo... ¡no!

3 comentarios:

  1. diana ataca de nuevo!

    porque?

    porqueee???

    se que hay malos textos cierculando por la red, y cadenas y todas esas basuras...


    mierda mierda mierda


    es obligación tener que aumentar la nausea en la net?

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  2. Muy bueno!
    Me hizo reír bastante...
    Y debo confesar que soy una de las que alimenta la ignorancia popular :)

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  3. hasta cuando abusaras de nuestra paciencia, Diana?

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