viernes, 29 de enero de 2010
La sombra de Enzo Mitre
Soliloquio de Ernesto Jiménez
entre los intersticios
del poder
aguanten abuelas
hijos
nietos
el futuro es nuestro/nuestro/nuesro
el pasado también
viernes, 15 de enero de 2010
Sin título, de Lila Biscia
y yo
y Sara Kane
y los libros que leemos
y la escarcha de los autos
y la brisa que congela
y el rocío que se hace hielo
y otra vez vos
y yo
y tu olor
y tu piel
y mi sabor
y mi tristeza
y el olvido
y las otras cosas
y las cosas
y mis lagrimas
y tu voz
y otra vez vos
y el silencio
y el ruido que no entiendo
y los códigos que no me importan
y las reglas que se corren de lugar
y yo
en medio de la tormenta
y yo
sola
conmigo
con nadie
sin nadie
con vos
con ese
con esa
con todo adentro
y la nada
y mis manos
y mis ojos que te dicen
y vos que no entendes
o no queres
y yo
que solo quiero
que quiero algo
y que espero
aunque ya no
ya no espero
y bostezo
y miro
y muevo
y muero
y cierro los ojos
y empiezo otra vez:
y vos
y yo
y Sara Kane
y los libros que ya nunca más volveremos a leer.
miércoles, 13 de enero de 2010
Verdecidio de Mauricio Rey
sábado, 9 de enero de 2010
Deja
deja que hablen
por si las moscas
duérmete en vos
y en la cháchara de estos funerales.
Deja que se zambullan en los huecos de sus ruidos
nunca nadie bien supo de qué se trató todo esto
esta caravana
este hormiguero
este ir y venir de las cosas y sus cuerpos.
Déjate decir y no hagas caso
presta más bien oídos
al desplomarse de la cáscara
mientras la piel aprende
hincada en el absurdo de estos soles
que respirar apenas siempre fue un gesto
y no algo que cayó sobre uno
como si de lluvia se tratase.
Si hay ficciones entre tus manos, pódalas.
Si en tu cuerpo hay credos, óyelos de tanto en tanto.
Si en tus ojos duermen guerras y fisuras,
enciende sus luces y apaga sus deudas.
Entonces sí
el pulso será una cosa que te peregrine
un escándalo en paz
una conquista que en los adentros te deambule y te flote.
Deja
déjalos decir
no dice
déjate decir así y no de otro modo
non parla
ne parle pas
she does not speak
she does not talk.
Tirar afuera (en tiempo de guaracha) de Ernesto Giménez
al final
tengo el mismo derecho
que cualquiera
de los demás.
eh eh eh
(música de riff, pero vista en perspectiva)
publiquen, publiquen, publiquen
ego, ego, ego
a cual más grande
que cualquiera
de los demás
(redundancia-dundancia)
pasa la mañana
pasa una morocha
pasa una pasa
de uva
pasa lo que pasa
porque tiene que pasar
(silencio, no molestar)
el dulce no crece sino que
santiago se hunde
jajajajajaj
chiste viejo
viejo chiste
viejo
viejo
paulino ledesma
es ledesma fort
y yo sigo viendo
en perspectiva
porque no escucho
la música de riff
en tiempo de guaracha
viernes, 8 de enero de 2010
Disección de la Argentina conservadora

Hace mucho que no me reía tanto con un libro. En realidad, hace un año. El autor que me despertaba unas carcajadas irreprimibles en el hall de un hotel de Buenos Aires, era Bernardo Jobson. El libro en cuestión: El fideo más largo del mundo. Y el cuento más gracioso dentro de ese libro: Te recuerdo como eras en el último otoño. Léanlo y verán. (Sé que el sentido del humor es algo personal, pero confío en que el humor de Jobson no despierta demasiadas barreras).
Pero en este cierre de 2009 y comienzos de 2010 (qué amor al sistema decimal, diría Borges) fue otro autor el que me hizo reír con muchas ganas: Juan José Becerra. Conozco a Becerra, como a tantos otros escritores, más por apariciones en TV, columnas publicadas en diarios y entrevistas concedidas a suplementos tipo Ñ o ADN, que por una lectura ordenada de su obra. Y por supuesto, por algún encuentro casual –con sus libros, no con el autor- en esos paseos frecuentes que uno suele hacer por diversos estantes de diversas librerías. Fue así, por ejemplo, que una vez me topé con su ensayo La Vaca. Viaje a la pampa carnívora.
Pero el libro del que quiero hablar hoy es otro. Es una “novedad editorial”, aunque este calificativo despierte fundadas sospechas en quienes creen –con razones de sobra- que lo más valioso para leer ya fue escrito hace décadas, siglos y por qué no, milenios. Pero esta vez, les doy mi palabra, conviene hacer el esfuerzo que consiste en dejar por un rato “el clásico” que tengamos en la mesa de luz para meternos de lleno en Patriotas. Héroes y hechos penosos de la política argentina (¡no me digan que el título no los seduce desde el vamos!)
Empecemos. ¿De qué se trata Patriotas? De los discursos dominantes y sus portavoces, pero también de los discursos perimidos que todavía pululan en boca de personajes que se empeñan en retroceder el calendario. Aquello que los intelectuales de Carta Abierta denominaron “la restauración conservadora” –operada, sobre todo, después del enfrentamiento del Gobierno con las patronales agropecuarias- encuentra en el libro de Becerra su confirmación.
Bajo la pluma despiadada del autor de Patriotas desfilan el rabino Sergio Bergman, monseñor Héctor Aguer, el periodista Joaquín Morales Solá, el escritor Marcos Aguinis, el diputado Francisco de Narváez y el líder chacarero Alfredo de Angeli, entre otros. Becerra desmonta con una lucidez envidiable los pobres argumentos y las falacias de quienes inundan los medios de comunicación con sus declaraciones altisonantes.
El autor dice, por ejemplo, que Bergman le despierta “un poco de miedo”, porque lo ve “como una especie de cybrog, una maquinita antropomórfica que repite frases a una gran velocidad”, buscando más el efecto, la emoción y la empatía del espectador que el pensamiento y la reflexión. Con respecto a Marcos Aguinis, Becerra se hace una fiesta con el “panfleto” que aquél publicó en 2009 –y que claro, fue recontra best seller-: ¡Pobre Patria Mía! Con humor y mucha inteligencia, Becerra desarma como un rompecabezas el dispositivo de prejuicios con que trabaja “el gran autor argentino moderno”. Es también interesante el análisis de la campaña publicitaria de De Narváez, donde queda en evidencia cómo el millonario diputado basó su estrategia electoral en la degradación de la política, convirtiendo el eslogan “votame, votate” en algo que en verdad podía ser leído como: “ahuecame, ahuecate”.
Becerra deja para el último una pequeña crónica de los acontecimientos que tuvieron lugar entre marzo y julio de 2008 en Argentina. No hace falta aclarar de qué hablamos: “Fin del mundo en Agrolandia”, se titula este repaso por esos meses frenéticos. Allí, y también en el capítulo dedicado a De Angeli, Becerra destruye los lugares comunes devenidos en verdades consagradas, como esas que rezan que “el campo es la patria”, que “el campo nos da de comer” (como si nos regalaran los alimentos) o la visión del gaucho como reserva de la identidad argentina. En resumen, “el campo”, esa “máquina de producir supersticiones”...
Muchos de los personajes de Patriotas tienen características similares. Por ejemplo, sus discursos representan “el sentido común”, aunque para Becerra, “nada más lejos de la reflexión que el sentido común, un fenómeno totalmente inorgánico que se encuentra más del lado del hipo o de la tos que del pensamiento”. También son personajes que reflejan la “opinión pública”, “queja viviente colectiva que sucumbe por vicio tanto a las grandes esperanzas como a las pequeñas ideas”.
En medio de tantas novedades editoriales (¿hace falta enumerarlas?) que exudan un odio desmedido hacia todo aquello que no sea una condena brutal al oficialismo y, más que nada, al “matrimonio presidencial”, no está mal la aparición de un texto que venga a desmontar esos discursos que, basándose en una supuesta “vuelta a las instituciones” y “respeto a la democracia” sólo esconden ausencia de ideas y oportunismo barato.
En fin, un libro inteligente, bien escrito, y que además, hace reír. ¿Qué más se puede pedir en este verano pegajoso?
Esteban Brizuela
lunes, 4 de enero de 2010
Sensación placentera de María Luján Luna
sábado, 2 de enero de 2010
Los sueños o qué culpa tiene la manzana de Andrés Navarro
que no era la concepción médica del sueño,
sino la popular, medio arraigada aún en la superstición,
la más cercana a la verdad.”
Sigmund Freud
(hay una manzana verde en el vértigo de la última rama)
Cualquier sueño podría servirme de ejemplo; mas por diversos motivos escogeré uno propio que parezca falto de todo sentido y cuya brevedad facilite la tarea.
Años después, o poco después no recuerdo, descubrí la culpa. Esto ocurrió seguramente en verano; el calor es el acompañante ideal para la culpa. La culpa es esa fuerza que ejerce implacable dolor sobre el pecho y lo mantiene compacto. (la manzana está roja, pero sigue en su árbol esperando pacientemente alguna tentación) Fue en ese entonces cuando verdaderamente empecé a sufrir.
Había yo abandonado, en unión de un amigo mío, una poco numerosa reunión. Mi amigo se ofreció a tomar un coche y conducirme en él a mi casa. “Prefiero un cabriolé con taxímetro –dijo-. El verlo funcionar entretiene mientras se va en el coche.” Al subir al vehículo y abrir el cochero el aparato, dejando ver la cifra de 60 céntimos, que constituye la suma inicial del precio de la carrera, proseguí yo la broma de mi acompañante diciendo: “apenas hemos montado y ya le debemos 60 céntimos. Los coches con taxímetro me recuerdan siempre la mesa redonda de los hoteles. Le hacen a uno avaro y egoísta; recordándole de continuo su deuda. La manzana cae de madura y espera.
En el tejido cuya trama nos descubre claramente el análisis podría yo ahora separar más los hilos y demostrar que va a unirse todos en un nudo único; pero consideraciones de naturaleza no científica, sino privada, me impiden llevar a cavo en público esta labor.
Pasaron las estaciones del año y la manzana siguió esperando en soledad casi hasta desfallecer sus ideales. Una vez vio acercarse a un joven campesino que al verla ya toda arrugada se alejó presuroso. Otra vez, fueron alegres niñas que después de divertirse en las ramas del árbol, también se alejaron sin reparar en ella. Fue entonces cuando me vi perplejo en el atolladero de las elucubraciones y decidí abandonar la fe en cualquier tipo de creencia. Sin embargo, la culpa, fiel recordatorio de la deuda, sigue ejerciendo presión sobre este otoño eternizado, alucinógeno de manzanas pasadas, nunca más mordidas.