miércoles, 10 de marzo de 2010

CASITAS

Contar casitas. Internarse en el fondo de lugares que no existen, pero son. Contar casitas comunes. . . Detectar timbres, ver los postes de luz, la caja de los medidores. Imaginar la rutina de los que adentro sienten confortable el día cuando el perro ladra. Y repetir, todo el tiempo repetir, los gestos aprendidos ayer. Y saber, con tristeza, que esta poronga de la nada, estos dedos oxidados, con alambre están atados.


Contar casitas es lo que hago en esta cuadrícula dormida sobre yacimientos de miedo. Escucho gritos, conversaciones, miradas y no tengo más remedio que contar. . . Y la mujer que arrastra siete críos por la calle de tierra, no ladra pero parece: Esa es la mujer biónica. Con sus tetas llenas de leche y sus manos cuarteadas por la lavandina de los baños que limpió en el centro. Mas allá, dos nenes aturdidos por el sol hurgan en la basura, no encuentran a Dios. El hombre nuclear pasa en su moto de 50 centímetros cúbicos; el hijo, no sé si lo es, le llena un vaso de plástico con cerveza rubia. El hombre nuclear, sin dejar de manejar, la toma de un saque.


Contar casitas es lo que hago: La de aquí tiene cerca de palos y patio de tierra; más allá, un pieza sola con techo de chapa y ventana de madera al frente. Y nunca un número. . . ¡Bárbaros! No saben nada de Pitágoras, ni del existencialismo Sartreano, ni de la dialéctica Marxista. Diez tipos pasan por la calle, me piden monedas, ven mi credencial, tienen camisetas del Liverpool, del Ajax, y algún que otro chauvinista, la aurinegra típica del ocho.


Y la cumbia nos confunde a todos: Por aquí Gilda. Más allá Adrián y los dados negros, y la bomba que me muestra su pollera amarilla. También el fútbol para todos en la tele, y la novela de la tarde. Y sin embargo late y se adivina algo. Algo como vida, palpitaciones, movimientos. . . Y los toros de la Sociedad Rural que ladran por TN: “Esto no es así, no da para más”.


Esto no es así, no da, me digo, cuando vuelvo con la frente marcada por los polvos de la tarde. Llego a casa, miro mi credencial: Néstor Mendoza, dice. . . ¿Quién es este tipo? ¿Por qué siente que adentro le viborea una mamba negra? ¿Estará vivo? ¿Adónde va? Mi padre se muere el día de mi cumpleaños –viejo puto- y yo contando casitas. . . (Y no sé si es un tema de tenerla más larga o más corta). Mancho papelitos. Tengo veneno en la lengua y Chagas en las venas: Esto no es así, no da. Nunca da.


Néstor Mendoza

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