lunes, 27 de octubre de 2008

“Los suplementos literarios de los diarios están en las páginas policiales”





Entrevista. Osvaldo Aguirre, periodista. Por Esteban Brizuela


“Hace quince años, cuando comencé a trabajar como periodista fijo en un diario, creí alcanzar la situación ideal para un escritor”, dijo Osvaldo Aguirre en una conferencia el año pasado. El diario en cuestión era La Capital de Rosario y el periodista que hizo aquella confesión es no sólo un excelente cronista de policiales sino también un reconocido poeta y novelista.

Aguirre ha dejado la sección de policiales, en la que estuvo durante mucho tiempo. Actualmente dirige el suplemento cultural Señales, que aparece todos los domingos junto al mencionado matutino.

Vino a Santiago del Estero para dar un curso en la UCSE sobre periodismo cultural. En el intervalo de una de sus clases, dialogó con este medio sobre sus comienzos en esta profesión. También habló de los suplementos culturales, y de los encuentros y desencuentros entre la universidad, el periodismo cultural y la industria editorial.

Después de recibirte de licenciado en Letras, ¿se te planteó una disyuntiva entre seguir inmerso en la academia o salir de ahí y trabajar en otra cosa, como finalmente lo hiciste?

Sí, bueno, se me planteó el problema laboral. Yo era docente y profesor pero rápidamente vi que no había muchas expectativas y ahí empecé a trabajar como notero, no haciendo periodismo cultural. Poco después me llamaron del diario La Capital, ahí comencé en la sección de policiales. Para mí fue un descubrimiento maravilloso.

Ir a la sección policiales, ¿fue una imposición o una elección?

Me destinaron ahí porque yo publicaba en una revista local, de distribución gratuita, unos pequeños cuentos policiales en base a notas de los diarios. Yo recreaba los casos y los contaba como una especie de cuento, y eso fue lo que les interesó. Justamente, en ese momento, la sección policiales era malísima, tenía muy malos periodistas, estaba muy desprestigiada en el ámbito periodístico y de los lectores.

Decías que el trabajo en el diario había sido un “descubrimiento maravilloso”. ¿Por qué?

Para mí fue un descubrimiento, porque yo había leído mucha literatura policial: había leído a Rodolfo Walsh y la novela negra. Entonces, entrar ahí fue un descubrimiento del mundo, porque las noticias policiales te sacan del centro de la ciudad, te llevan a los márgenes en todo sentido. Fue también un aprendizaje y una experiencia muy interesante, pero también con su contraparte. Qué se yo, el trato con la policía es una cuestión agotadora, que finalmente a mí se me hizo insoportable en algún momento. Y también obviamente con el propio diario, porque vos en un diario tenés que confrontar, porque tus ideas no son necesariamente las del diario ni las del jefe con el que trabajás. Hubo coberturas de notas que me dejaron muy mal, pero bueno, también eso era un aprendizaje.

¿Algún caso que recuerdes?

Siempre recuerdo el caso de una nota que hice sobre un caso de gatillo fácil que ocurrió en Rosario; era claramente un episodio que involucraba a la policía y la indicación del diario fue de alguna manera torcer los hechos, no dejar tan mal a la policía. Pero bueno, son cosas que hacen al oficio. En comparación con eso, el trabajo en periodismo cultural es mucho más libre, o sea, raramente te hacen indicaciones, y cuando te las hacen son malas. Tampoco me puedo quejar porque en el diario donde trabajo me han dado libertad para trabajar en el suplemento, me han dado la posibilidad de hacer un suplemento como a mí me parecía, y estoy contento con eso.

¿El periodismo, además de un medio de vida, se convirtió en una pasión?

Aguirre: Sí, obviamente. Yo he sido un lector de diarios desde chico, por una cuestión familiar. Mis padres eran lectores de diarios, todos los días en mi casa se compraba el diario. Es algo que me gusta, me gusta el diario en papel. Creo que me gusta el periodismo por esta cuestión de contacto con la gente, este descubrimiento del mundo que hice como cronista policial, de ir a lugares de la ciudad que ni siquiera me imaginaba que existían. De hablar con gente, de escucharla, de descubrir historias. De ahí es que yo pienso que los suplementos literarios de los diarios no están en las páginas de cultura sino en las páginas policiales. Te encontrás con historias que vos decís “esto es una novela”, pero son verdaderas.

¿Cómo hacer para vender en un titular o en la tapa de un diario una nota de policiales sin caer en el morbo o en el amarillismo?

Es todo un problema. Justamente lo que pasa en el periodismo, es que el lenguaje periodístico tiene dos aspectos: uno negativo y uno positivo. Me parece que el positivo, sobre todo cuando uno viene de una formación muy especializada como puede ser la de letras, es que te puede ayudar a liberarte un poco y a mejorar el lenguaje, a usar un lenguaje preciso. Pero la contraparte es que el periodismo se maneja con estereotipos. El periodismo continuamente está acuñando estereotipos, un poco por una regla básica del discurso periodístico que apunta al reconocimiento inmediato por parte del lector. La tapa de un diario tiene que ser de reconocimiento claro, instantáneo, el lector no se puede quedar pensando qué quiere decir esto. Entonces, por eso es que se acuñan expresiones tipo “robo del siglo”. Si uno hace historia no sabe cuál fue el verdadero robo de siglo.

O lo mismo sucede con “Pepita la pistolera”, como lo contabas en una conferencia el año pasado: a cualquier mina que asalta con un revolver en la mano le llaman así.

Claro, los estereotipos funcionan en ese sentido. El discurso se transforma en una sucesión de estereotipos y ahí uno ya no está diciendo nada. Por supuesto, hay una retorica y una visión dominante de los hechos policiales, que me parece que hay que poner un poco en cuestión. Creo que uno de las transformaciones que se ha dado en el relato policial en los últimos años, es que la llamada prensa seria ha adoptado una retórica sensacionalista. Hoy lo vemos en la comunicación del delito y en el tipo de notas que se hacen. Toda esta cuestión de “la ola de inseguridad”.

Creo que hay que ser muy cuidadosos y me parece que la cuestión es preguntarse cómo se tratan estos sucesos. Obviamente, si ocurre un secuestro extorsivo hay que tratarlo, pero hay que ofrecerle la mayor cantidad posible de elementos al lector. No apostar a la indignación del lector, porque el correlato de todas estas visiones estereotipadas son estos discursos de la mano dura y el pedido de que “hay que matarlos a todos”. Me parece que hay que apuntar a otra cosa, qué se yo, tratar de hacer análisis, tratar de contextualizar los sucesos, ver qué antecedentes tuvo esta historia criminal; también tender a la reflexión.

Y no poner el micrófono a la esposa del tipo al que lo acaban de asesinar, por ejemplo

Sí, porque ¿qué puede decir una persona desde el dolor terrible? No puede reflexionar con tranquilidad y uno no se lo puede exigir tampoco. Obviamente hay una demanda de justicia y de reparación que obviamente debe ser atendida, pero a la vez no podemos retroceder a una cuestión primitiva, bárbara, de una justicia por mano propia y de los linchamientos. Me parece que eso no va a ayudar en nada a la sociedad.

Argentina es uno de los países latinoamericanos con mayor cantidad de suplementos y revistas culturales. Con este panorama y teniendo en cuenta tu rol de director de Señales, ¿qué suplementos y revistas te interesan dentro de este amplio abanico de publicaciones?

En particular, yo me interrogo sobre mi rol en el diario en el que trabajo. Pensando que es un diario que sale en Rosario, en el interior del país, o sea que no es un medio de Buenos Aires. Yo siempre pienso que el lector del suplemento es un lector preocupado por la información cultural, y que muy probablemente lea los suplementos y las revistas que se hacen en Buenos Aires: ADN, Ñ, Perfil, que son suplementos que tienen más espacio…

Y más dinero…

Claro, más presupuesto y muchos más recursos. En definitiva, lo que yo hago no puede competir de ninguna manera con eso medios. Si sale un libro de Ricardo Pigllia en Buenos Aires, siempre va a salir mejor en Ñ o ADN, porque Piglia les va a dar la entrevista a ellos, porque la editorial les va a dar un adelanto del libro a ellos. Entonces, ¿qué tipo de trabajo puedo hacer yo? Justamente, tengo que atender a aquello que esos medios dejan de lado, que es la realidad cultural que tengo más cerca, la de la producción cultural con sede en Rosario y en la provincia de Santa Fe, o en la producción de provincias vecinas. Me parece que se trata de atender a eso y valorizar y redescubrir ese conjunto de temas y personajes que no aparecen en los medios y que tradicionalmente, por lo menos en los medios rosarinos, no se les había dado importancia. O sea, ahí está el plus que puede tener el suplemento. Por supuesto, también hacemos notas y entrevistas que tienen que ver con cosas que ocurren en Buenos Aires, porque a los lectores de Rosario, como a los de cualquier parte del país, les interesa lo que pasa en Buenos Aires.

En el marco del periodismo cultural hay distintas tradiciones. La tradición que más me interesa es la que viene de grande periodistas como (Homero) Alsina Thevenet, Jorge Rivera, bueno, Rivera ha reflexionado sobre el tema del periodismo cultural.

Ha compilado un libro muy interesante: “El periodismo cultural”

El tiene dos libros: “El periodismo cultural” y “El escritor y la industria cultural”. También escribió muchos artículos de divulgación en la colección de historia de la literatura argentina del Centro Editor de América Latina.

Entonces, ¿qué periodismo cultural te interesa?

Me interesa un periodismo amplio en su temario, inquieto, curioso, que apuesta a ampliar los intereses de los lectores, que no se queda en la cuestión de lo que los lectores ya conocen, que apuesta a la lectura. Esto de que hay editores que parecen que se dirigen a lectores que no leen, ¡y no!, uno tiene que apostar a la lectura.

¿Cuáles son las carencias más notables que vos percibes dentro del periodismo cultural en Argentina?

Yo creo que las carencias pueden estar en lo que se define como objeto de nota. Por ahí hay cosas que no aparecen o que tardan en aparecer. También lo que te diría es carencias en los propios periodistas. El tema de la formación de los periodistas culturales es todo un problema. Uno lo que encuentra son escritores que hacen periodismo, o bueno, también periodistas eventualmente. Lo que decíamos en el curso es que hay una especie de tensión entre lo periodístico y lo cultural. Lo que pasa es que a veces se abordan sucesos o temas ya con una visión establecida. Qué se yo, uno llega a la cultura santiagueña y cree que la cultura santiagueña es el folklore. Me parece que justamente lo bueno es tratar de despejar eso. Cuando uno escribe literatura, se dice que a la primera frase hay que dejarla de lado. Bueno, en el periodismo cultural, a la primera idea habría que dejarla de lado.

Hace poco salió en Ñ una tapa sobre “la literatura neoperonista”. También algunos críticos hablan de literatura kirchnerista. Por otro lado, el editor del suplemento Cultural de Perfil se quejaba de que algunos escritores señalaban que dicho suplemento representaba a la derecha literaria ¿Qué te parecen este tipo de discusiones? ¿Crees que están bien planteadas?

Lo de Ñ y la literatura neoperonista, me queda la duda de hasta donde Ñ está registrando una tendencia objetiva que existe o hasta dónde es una interpretación o un invento de Ñ. De todas maneras, no estaría mal si fuera un invento de Ñ, porque una perspectiva interesante del periodismo cultural es adelantarse. O sea, puede delatar una actitud atenta. Yo no estoy embebido en el tema, pero en todo caso lo analizaría.

En el caso de Perfil, lo que uno puede ver es cómo funciona el periodismo cultural en sintonía o en desacuerdo con otros actores como la industria editorial y la universidad. Por ejemplo, dentro del periodismo cultural y la universidad, uno puede ver que hay cortocircuitos, básicamente en cuanto a qué escritores son los que se valora, qué escritores forman parte del canon. No vamos a encontrar la misma respuesta en la universidad que en los suplementos. Podemos encontrar más cercanía entre el periodismo cultural y la industria editorial. ¿Por qué? Porque la industria editorial está operando sobre el periodismo, es decir, si sale un libro te va llamar la encargada de prensa de la editorial para hacer una nota y para darle difusión.

Entonces, tenemos una serie de fenómenos de la industria editorial de los últimos años, como la nueva narrativa argentina y el auge de la crónica. Lo que uno puede ver es que esos fenómenos editoriales se han producido justamente en sintonía con el periodismo cultural. Eso ha ocurrido hace unos años y hoy uno puede hacer una reflexión sobre esos fenómenos. Hasta dónde existieron realmente o hasta dónde fueron una operación, como se hacen en otros ámbitos del periodismo. Hoy uno puede ver que con la crónica, bueno, no pasó nada.

¿Por qué “no pasó nada”?

Porque los diarios y las revistas siguen sin publicar crónicas. La publicación de crónicas en los medios argentinos es muy aislada. Acaba de salir un libro de Leila Guerriero (“Frutos extraños”), que es un libro de crónicas, y la mayoría de esas crónicas fueron publicadas en el extranjero, porque aquí no hay espacios para eso.

Por otro lado, el tema de la nueva narrativa argentina, se han publicado muchas antologías. Y lo que uno puede ver es que hay autores interesantes, pero hay mucha hojarasca. Y de ahí a pensar que hay un nuevo canon de la literatura argentina hay una distancia considerable.

Por último, ¿cuál es la mejor crónica que escribiste?

Bueno, por ahí la ultima, que fue un libro, “La conexión latina”, que es una crónica sobre un grupo de franceses que traficaron heroína, que se establecieron en Argentina y querían hacer un triángulo Francia-Argentina-Estados Unidos en los años sesenta y setenta. Me gustó mucho la investigación, que es lo que más me gusta: entrar en movimiento, empezás a ver gente, los abogados, los familiares de los acusados. Todo ese movimiento, viajar, es algo muy lindo.

Después, una de las primeras que hice y me impactó mucho fue una entrevista que le hice a un hombre que había sido integrante de la Prefectura, y que estaba preso porque había asesinado a su madre. Lo fui a ver a la cárcel y lo que me dejó asombrado era cómo él relataba el crimen, cómo lo contaba. Y era algo que no podía publicar en un diario, lo que hice después fue un relato que salió en un libro.

Ahí lo que se me apareció fue algo muy importante en el periodismo, que es la cuestión de escuchar. Me parece que el periodista es alguien que debe escuchar, y justamente ese es el problema: lo que veo es periodistas que no escuchan nada o que escuchan lo que ya tienen en la cabeza.