jueves, 28 de julio de 2011

Cercenada - Bárbara Dibene

Ella dice que está muerta, pero no le creo. Siempre fue muy mentirosa; no por desconocer el valor de la verdad, sino por apreciar el arte de la mentira bien formulada, tan real que aplasta todo lo sincero hasta ahogarlo. Por eso no le creo, aunque perjure y perjure, y me muestre el abdomen manchado de sangre.
Me siento, y desde la silla la veo retorcerse. Dice que sufrió mucho, que es desesperante sentir como la garganta se cierra y no podés respirar. Que solamente te queda contar y esperar el sonido salvador de la ambulancia, que no llegó, porque no la llamé. Y me mira, con odio y resentimiento, porque ella no tuvo fuerza para alcanzar el celular, que estaba en la mesa de la cocina, donde esta tarde habíamos estado tomando mate y charlado de la vida.
Susurra, se esfuerza por putearme con esa lengua viperina que tanto disfruté acariciar con la boca. No la escucho, porque me imagino tomándola fuerte, sacándole la expresión de odio de un sacudón. Pero no es momento, lo sé, por eso mejor me enojo y le digo que se calle. Al primer grito me hace caso, y sonríe con una falsedad que me indigna.
Me repite que está muerta, doblemente no le creo. Los ojos se le dieron vuelta, y su cara tiene una expresión fatal, no me importa. Yo todavía la quiero, pero hay cosas que no se le hacen a uno, estas son las consecuencias.
Se ahoga, ya no espera la ambulancia. Contrae el abdomen y vomita sangre. Tose, creo que suspira mientras me echa las mil y una maldiciones. Llora, sí, me parece que llora y dice que nunca me amó. Encima me hace esto; miente, engaña, hecha culpas y ahora me hace sentir un pelotudo. Cómo le voy a creer otra vez, no puedo.
Siempre fue hermosa, tremenda, pero tan loca. Nunca me salió entenderla. Hoy menos que menos, cuando me dijo que ya no estaba segura de nosotros, y me pedía un tiempo. Hoy menos que menos, cuando me confesó entre ese llanto de mierda que había conocido a alguien más.
Me costó no quererla cinco minutos. Le rompí el corazón, esta vez de verdad, no como cuando me decía que la lastimaba cuando no le contestaba un puto mensaje. Y ahora llora, se queja, me dice que está muerta y no le creo. Ya no puedo, todo es una mentira, ella lo fue.
No me habla, no se mueve.
Sentado, con la vista fija en sus ojos eternos, apreto fuerte el corazón entre las manos, que todavía está caliente y húmedo. Me resisto a creerlo, pero creo que la maté.

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