lunes, 28 de marzo de 2011

Crónica de los días inmóviles - Néstor Mendoza.

Como el personaje de Kosinski en Desde el jardín, miro la vida desde hace unos meses desde el ojo del visillo de la puerta. Lo hago como un ejercicio de contacto: Nunca pasa nada. No pasa nada en la vereda. No pasa nada con los vecinos. Tampoco pasa nada adentro. Ni en el patio. Miro un poco de televisión y prendo la computadora para ver el reality de los otros en la facebook: Nada de nada. Deduzco que los que pasan mucho tiempo ahí están de algún modo como yo: Solos y desesperados. Pienso. Pienso mucho y mal. Duermo. Duermo mucho y bien.

Y la pregunta que da vueltas como un animal salvaje frente a los hierros del barrote, llega: ¿En qué momento se ha jodido todo? Desconozco la respuesta. Pero hay algo que sé con certeza. Estar así; aislado y sin plata y sin ganas te obliga a pensar. No es un mérito, son las circunstancias que acorralan y te ponen contra las cuerdas de las preguntas difíciles. Es correr a buscar un refugio en medio de la calle cuando se larga el chaparrón. No queda otra. No sé cuando es que se ha jodido esto y tampoco importa demasiado. El rosario es levantarse y ver que hay vacío para el resto del día. Una vez y otra. No hay llamadas, no hay correos, no hay mensajes en el celular. Motivaciones no. Ganas de salir por ahí, tampoco. Y la mosca de los pensamientos descalibrados, mal enfocados, ganan lugares en la cabeza. Y avanzan como las criaturas del mal en las películas clase b. Y sí, estoy groggy. El rival es muy perverso y complicado: Está adentro de mí. Mete ganchos al hígado, golpea metódicamente, es un profesional de la tortura porque no deja huellas visibles pero corroe y lastima por dentro. O es un dogo hambriento que no se va a conformar con poco: Quiere morder más, quiere sangre.

A veces me consuelo estúpidamente mirando las noticias de los diarios, que los niños abandonados, que el indigente hallado duro en la vereda de un local comercial. Ellos la pasaron peor y ya no pueden quejarse. Pero hay algo que sé con certeza. Y camino desde la PC hasta la cocina a prepararme unos mates y ver el diario viejo, el que envolvía los huevos, para encontrar la noticia del payaso que emborrachó al trapecista para violarlo; me da risa. Y no tanto, debe ser doloroso, pienso. Y chupo la bombilla, veo cómo las hojas y los palos pierden su color y se desnudan. Podría luego ponerlos al sol y secarlos, pero no van a ser lo mismo. Así debe ser, es una ley: La yerba secada no es la misma. Es inevitable, se termina.

Decir lo obvio, lo ya sabido, no es mérito. Pero hay que enfrentarlo y mirarle la cara. Se va a terminar como todo, es una ley: Cada día que te levantas te acercas al final, sin remedio. Mientras tanto, no deberíamos mentirnos. Es lo único que sé con certeza.

1 comentario:

  1. Bueno loco qué escrito, si necesitas te doy una mano, al leerte ya me la diste vos a mí.

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