Dirección de Catastro
La Nancy está en Fini con dos tipos. Me mira, desde lejos hace señas, saluda a manos llenas. Entro. Qué haces en este antro de perdición, pregunto con una sonrisa, mientras las últimas jubiladas y pensionadas se retiran de la confitería a tomar la sopita.
-Estoy festejando porque ya soy una flamante profesora –responde- por eso vengo aquí y no a los tugurios a los que me llevabas vos.
-Jajajá- risas generales.
Me presenta a los tipos, son pescados de río, el sábalo se llama Walter creo, al otro es un calibagre de los grandes, si lo veo de nuevo en la calle no lo reconozco. Me dice el nombre pero no le presto atención. Lo mismo es. La felicito por el título. No pregunto profesora de qué porque me olvidé qué estudiaba, si es que estudiaba, claro. En una de esas les ha hecho el verso a estos pejertos para pasarla bien el sábado a la noche. De todos modos le doy un beso cerca de la boca, ella me mira como diciéndome que lo acepta. Bien, pienso, punto para mí. Está cansada la noche, eso que todavía no ha empezado. No hay ni luna para ladrarle. Es temprano todavía, algo va a surgir como para acortar del todo el fin de semana. Siempre surge algo. La Nancy les cuenta a los pescados que puedo ayudarlos en un laburo que están iniciando, sobre todo por mi experiencia en el diario.
-¿Ah?, ¿sí? -se admiran- ¿así que trabajas en un diario?, ¿en cuál?
Ya se han dado cuenta de que hay onda con ella. Sospechan que estoy a punto de arruinarles la idea de terminar la noche enfiestados con la Nancy. Otro programa no se puede hacer con ella. Que ahora está en otra cosa, habla de mis notas en el diario, miente. Me atribuye primicias que no fueron mías o que salieron en otra parte. No hay caso, puesta a mentir es un balazo, no para más: va largando una falsedad detrás de otra. Cuenta noticias que no salieron nunca en ninguna parte. Ni van a salir jamás. El sábalo dice que ahora están en un proyecto auto gestionado para poner un blog en internet con múltiples autores y un enfoque multidisciplinario de integración comunitaria con ejes en no sé qué y en paralelo con no sé cuánto. Ahá, pero qué interesante, che, me oigo decir, poniendo cara de asombrado, de estupefacto, como diciendo “pero, mirá qué inteligente que había sabido ser este tipo”. Los pescados creen que cuanto más largo es un nombre más impresionan a la gente. Pero como no entiendo las palabras modernas, me quedo tranquilo. La Nancy empieza a contar otra anécdota trucha del diario, Ahora me atribuye la caída de un juez del Superior Tribunal en un escandaloso caso de corrupción judicial. De dónde saca tanta imaginación esta mujer, si llegaba a llamarse García Márquez, se mandaba Quinientos años de soledad y se quedaba corta. Al paso que sigue, lo de Watergate es un jueguito de pallana al lado de lo que yo hice en el periodismo santiagueño. La pateo por debajo de la mesa, pero el calibagre se da cuenta, ningún boludo el chabón. El sábalo también está alerta. Sospechan que la fiesta con la Nancy está a punto de venirse en picada. Hay un silencio incómodo. Alrededor de nosotros las jubiladas siguen su parloteo, dale que te dale. Parece una bandada de loros barranqueros, todos gritones, verdes, los ojos negros. Así son las maestras cuando se jubilan. Eso que algunas dicen que quedan roncas por el polvillo de la tiza. Macanas que inventan. En un momento pienso en organizar una fiesta con los pescados, pero después me digo que no Juancito, cuatro es multitud para estas jodas, aunque casos se han visto, claro. La Nancy anuncia que va al baño un momentito, que ya vuelve. Pongo mi mejor cara de infeliz y a la primera de cambio la sigo. Subo las escaleras. Está esperándome en el primer piso.
-Sos un guacho- me dice.
-Qué hacemos más tarde- pregunto.
-Nos vemos en un rato, en cuanto me libre de estos.
-Dónde.
-Andá por Periko, de paso comemos algo antes.
No pregunto antes de qué. Esta noche no tengo muchas ganas. Será que ya no soy el mismo de antes. Pero le digo que sí.
Cuando vuelvo del baño ella está con los pescados. La Nancy les habla de Borges. Qué sabrá el chancho de aviones si nunca ha mirado para arriba. Les digo que tengo cositas que hacer, saludo y me mando a mudar. Ellos me miran aliviados, creen que han ganado la partida. Que piensen lo que quieran qué me importa.
Regreso a la pensión. Los muchachos de la Catamarca miran la tele. Juega la Argentina, creo. Con razón había tan poca gente en la calle, me percato, sólo las jubiladas de Fini. Me doy una ducha. La Coti me ha guardado una milanesa del mediodía. Hago un sánguche, y lo voy comiendo mientras miro los últimos estertores del partido. La Argentina va perdiendo. Los changos van a ir al boliche. Les digo que me esperen, que vuelvo y me prendo con ellos. A esta altura del mes la Coti ya no reclama que le pague la pensión. Sabe que le voy a quedar debiendo, igual que el mes anterior y posiblemente lo mismo que el próximo.
-Esperame que tengo unos asuntos en el centro y vuelvo- le digo. Y le pellizco la nalga, para que sepa que voy a volver tarde.
-Es sábado, qué quieres.
-Vos, siempre el mismo- me reclama.
-Tengo cositas que hacer. Aguantame despierta y organizamos una fiestita privada.
Le susurro al oído, acordándome de la Nancy, que ya se debe haber despegado de los pescados.
Antes de irme le pregunto a uno de los changos a quién le ha chacado las zapatillas. Son de las que tienen lucecitas. Una maravilla. Deben salir como trescientas lucas, tal vez cuatrocientos.
-Son legales-legales, gato- me responde.
-Ahá- le digo. Sabe que no le creo.
Bañado soy otro. Camino despacito hacia el centro. Ya ha pasado el partido. Otra vez perdió la Argentina. Mejor. Muchos se ponen insoportables cuando gana. Gritan, agitan banderas, se enardecen, cantan y bailan, están felices, salen a la calle, festejan, nunca he sabido por qué, ahora que estoy viejo, menos, pero ya no pregunto, no me gusta quedar mal con los futboleros. Al final, salvo por ese fanatismo inútil, son buena gente, de laburo.
En Periko está la Nancy. Desde lejos me relojea. Ya no están los pescados. Desaparecidos en acción, se la merecían más que yo, por supuesto. Toma un café y fuma. Entro. Me reta.
-Has demorado, che.
-El tránsito está imposible- bromeo.
-No me digas, ni bicicleta tienes.
Quedamos un rato en silencio. Pienso en las fiestas que hicimos. Ella me mira y me guiña un ojo.
-Pedite algo para comer- le digo, como para romper el hielo.
Llama al mozo y encarga un lomito completo.
-¿Y vos?
-No voy a comer, no tengo hambre.
Me toco la panza con la mano derecha y le hago el típico gesto de hígado maltratado.
-Tomate una Hepatalgina- me recomienda. Pone una cara como la que sabía poner mi madre cuando me decía algo y sabía que no le iba a hacer caso. Pobre vieja. Uno de estos días tengo que ir a verla.
Apenas el mozo se retira, la Nancy comienza a recordarme historias antiguas que teníamos. El baile de carnaval en el que nos conocimos, la hermana que nos presentó, las cosas que le mentía para conquistarla y el título de médico pediatra del hospital Regional que me inventé esa noche y, por supuesto, nunca le mostré porque agatas llegué a quinto año del secundario. Hasta hoy la hermana sigue diciéndome doctor cada vez que me ve por la calle. Y ya no voy a sacarla del error. Después me habla de su laburo en Catastro, de la jefa maldita que tiene, me pregunta qué puedo hacer para denunciarla en el diario, poné que el otro día cuando pasabas por ahí, alguien te ha contado lo mal que trata a las empleadas. Porque a los empleados los trata bien, esa turra. La vieja se comenzó a morir el día que falleció mi viejo, Mis hermanas le dan una vuelta todos los días. Adora a los nietos y a pesar de que ya están grandes, cuando van a visitarla les convida caramelos. Está buena la Nancy, lástima que hable tanto, no puede parar, le agarra como una compulsión. Se conserva en formol, parece. Debe hacer régimen o algo, porque ni siquiera le han crecido las caderas como a otras. Tampoco como para decir
-¡Ooohhh! ¡qué espectáculo!
Pero está ahí, correcto el pase. Veterana de mil batallas, casi todas perdidas, me parece. Le pido que me aguante un cacho porque tengo que irme.
-Pero ya vuelvo.
-No me dejes plantada. mirá que no tengo para el sánguche.
-Si te digo que ya vengo, ya vengo.
La tranquilizo.
Y me mando a mudar. No tengo un mango partido por la mitad. Además con sus cuentos de los bailes de carnaval, la dirección de Catastro, la jefa, las compañeras, la atención al público, los expedientes que no caminan, el tarjetero de la entrada y la mar en coche, ya me tiene con los huevos hasta la tercera napa freática. Alguna vez he pensado que si hubiera sido muda ya me habría casado con ella, tendríamos tres hijos, casita con porche en el frente, Renault 12 para trabajar de remisero a la tarde, cuentas en Frasogo o como quiera que se llame el boliche donde compra lavarropas la gente. El problema es que no para de hablar, es una máquina de soltar palabras. No sólo eso, exige que le contestes, que estés atento. Cansa.
Salgo apurado. Con el último aliento de la tarjeta del celular le marco a Cecilia.
-Qué haces.
-Aquí estoy, haciendo vida en familia. ¿Y vos?
-Nada, extrañándote, mi vida
-Venite.
Me cuelga. Huelo algo raro. Igual voy. Esta noche te agarro y te amasijo, pienso.
Córdoba al 400. Muchos autos en la calle. Toco el timbre. Cuando la Ceci me abre, me doy cuenta de que ya estoy entrampado. Hay fiesta. Cumpleaños del viejo. Sonamos, vida en familia. Volvieron los Campanelli. Vinieron todos, con razón los vehículos.
-Vení que están todos.
Dice la Ceci. Me agarra del brazo y me lleva de la rastra hasta el patio. Uy. La tanada en pleno, tíos, tías, sobrinos, padrinos, madrinas, cuñadas, cuñados, suegros, yernos, nueras, nonos y nonas, novios y novias de pelajes variados, además de felices consortes. Los chicos corretean por el patio, desvelados y llenos de energía. No falta ni el canario. La Ceci sabe que si me avisa antes, no voy. No me agarran ni en pedo, no paso ni a veinte cuadras a la redonda. Me hago humo durante varios días, por las dudas. Van por la mitad del asado. Saludo a los viejos, no les queda otra que sonreírme. Algunas tías me miran con curiosidad, la vieja debe haberles contado lo de la nena, Una chica tan buena, tan estudiosa, tan de su casa, agarrarse con ese malandra. Qué pena, che.
La Ceci me instala al lado de uno de los hermanos. Apenas me siento me pregunta qué opino del partido. La conversación viene de fútbol.
-Lo que pasa es que no se sabe bien a qué juega la Argentina, ¿no? Ha faltado un buen volante de contención, un enganche- largo el bolazo.
Me interrumpe el cuñado, encantado con el comentario. Se ve que tiene preparada una perorata larga sobre la Selección, se sabe los nombres completos de los jugadores, en qué puesto juegan, de qué clubes vienen, todo. Yo pienso en los muchachos, que a esta hora deben estar saliendo a milonguear. A cada rato hago así con la cabeza y le doy la razón. No sé por qué, pienso en Saravah. De niño, los sábados mis padres me llevaban a Saravah. Era una confitería para grandes y chicos, sobre todo los sábados a la noche, como ahora. Odia a Maradona, el cuñado, pero no me queda claro por qué. Observo una de las primas, está buena. El novio le hace marcación personal. La miro disimuladamente, estamos en familia. Está buena la primita, tiene una cara de atorranta que mata. Al rato la Ceci me lleva a la cocina. El hermano sigue disertando sobre Lionel Andrés Messi. No hay caso, se las sabe todas, hasta el segundo nombre. Me olvido de Saravah, del que no queda ni un triste recuerdo, ni un monolito que recuerde dónde quedaba. Malaya triste destino, los boliches argentinos.
-Vení que vamos a servir el helado. Es de Limar- me avisa Cecilia. No hay nadie en el living, me arrastra hasta ahí. Frente al cuadro del abuelo llegado del Friuli, nos besamos. Está feliz.
-Yo creía que no ibas a venir.
-Eh, ¡cómo crees que te voy a fallar!- le digo, pero no entiende el chiste.
Y aprovecha para contarme que esa noche no vamos a salir a ninguna parte.
-Después tengo que ayudar a mi mamá a lavar los platos.
-No te hagas drama.
-Pero se me va derechito a la pensión, ¿eh?
-Claro, mi vida.
Pienso en los muchachos de la pensión, ya deben haber salido para el boliche. Las dos de la mañana, cómo pasa el tiempo en estas fiestas.
Como a las tres me mando a mudar. Antes de que empiecen a quedar cuatro o cinco parientes preguntones. Miento que tengo que trabajar al otro día. Igual, no faltan las chusmas. Una de las viejas me agarra al vuelo antes de que me vaya.
-¿Usté trabaja los domingos?- se hace la curiosa.
-Así es doña -le digo- el diario de los lunes no se hace solo.
Lo piensa un momento y me da la razón.
-Uno de estos días le voy a contar de un vecino que tengo, funcionario el hombre. Se va a hacer una panzada para sus notas.
-Hablemé y conversamos- le doy mi número de teléfono.
Es la madre de la primita de la Ceci. Nunca se sabe.
A la vuelta paso por Periko. La confitería está casi vacía. La Nancy sigue en la mesa, pegada al vidrio de la pecera, firme como rulo de estatua, plantificada. Me mira como si yo fuera un querube salvador.
-Al fin vuelves, che ¿Dónde te habías metido?
Está hecha una furia. Saco treinta pesos y pago la cuenta. La Ceci me ha prestado unos mangos, si no, no pasaba por Periko ni mamado.
-¿Qué hacemos?- le pregunto.
-No sé vos, lo que es yo, me tomo el buque.
-Eh. No me dejes así.
-Sos un hijo de puta- me insulta esa mal agradecida. Le pago el sánguche. Me sigue insultando con todos los agravios que sabe, que no son pocos.
Y se manda a cambiar. Uf. Menos mal, ya no la bancaba
Qué le vamos a hacer.
La noche se queda oscura y solitaria. Pido un café y lo tomo amargo para sacarme el gusto empalagoso del helado de sabayón.
Camino despacito por la Buenos Aires. De regreso a la Catamarca. En la pensión está todo oscuro. Paso despacito por frente al dormitorio principal, no vaya a ser que la Coti se despierte y quiera guerra. No quiero lolas. Ya está, se terminó el sábado. Mañana tengo que estar temprano en el diario. No sé qué quieren hacer, notas especiales para el lunes. Siempre inventan algo. Me desvisto y me acuesto sin prender la luz para que no se avive la otra.
Al rato viene la Coti. Parece que me ha sentido. Sonamos, no se olvida de que le he prometido guerra. Me hago el dormido.
-¿Juan?, ¿Juan?
Me llama despacito.
Pego un ronquido y me doy vuelta.
Sigue insistiendo.
-¿Juan?, ¿estás dormido?
Me dan ganas de reírme, pero ha prendido la lamparita y se va a dar cuenta de que me estoy haciendo nomás.
Me mira un rato y se va.
Otra vez zafé. Qué artista están perdiendo las tablas, pienso mientras me agarra un cansancio viejo, como de muerto.
Los muchachos deben estar milongueando de lo lindo. Si tienen suerte, se enganchan una mina y terminan bien el sábado. Me voy durmiendo.
Mañana será otro día.
http://juanaragon.blogspot.com/2009/09/direccion-de-catastro.html
La Nancy está en Fini con dos tipos. Me mira, desde lejos hace señas, saluda a manos llenas. Entro. Qué haces en este antro de perdición, pregunto con una sonrisa, mientras las últimas jubiladas y pensionadas se retiran de la confitería a tomar la sopita.
-Estoy festejando porque ya soy una flamante profesora –responde- por eso vengo aquí y no a los tugurios a los que me llevabas vos.
-Jajajá- risas generales.
Me presenta a los tipos, son pescados de río, el sábalo se llama Walter creo, al otro es un calibagre de los grandes, si lo veo de nuevo en la calle no lo reconozco. Me dice el nombre pero no le presto atención. Lo mismo es. La felicito por el título. No pregunto profesora de qué porque me olvidé qué estudiaba, si es que estudiaba, claro. En una de esas les ha hecho el verso a estos pejertos para pasarla bien el sábado a la noche. De todos modos le doy un beso cerca de la boca, ella me mira como diciéndome que lo acepta. Bien, pienso, punto para mí. Está cansada la noche, eso que todavía no ha empezado. No hay ni luna para ladrarle. Es temprano todavía, algo va a surgir como para acortar del todo el fin de semana. Siempre surge algo. La Nancy les cuenta a los pescados que puedo ayudarlos en un laburo que están iniciando, sobre todo por mi experiencia en el diario.
-¿Ah?, ¿sí? -se admiran- ¿así que trabajas en un diario?, ¿en cuál?
Ya se han dado cuenta de que hay onda con ella. Sospechan que estoy a punto de arruinarles la idea de terminar la noche enfiestados con la Nancy. Otro programa no se puede hacer con ella. Que ahora está en otra cosa, habla de mis notas en el diario, miente. Me atribuye primicias que no fueron mías o que salieron en otra parte. No hay caso, puesta a mentir es un balazo, no para más: va largando una falsedad detrás de otra. Cuenta noticias que no salieron nunca en ninguna parte. Ni van a salir jamás. El sábalo dice que ahora están en un proyecto auto gestionado para poner un blog en internet con múltiples autores y un enfoque multidisciplinario de integración comunitaria con ejes en no sé qué y en paralelo con no sé cuánto. Ahá, pero qué interesante, che, me oigo decir, poniendo cara de asombrado, de estupefacto, como diciendo “pero, mirá qué inteligente que había sabido ser este tipo”. Los pescados creen que cuanto más largo es un nombre más impresionan a la gente. Pero como no entiendo las palabras modernas, me quedo tranquilo. La Nancy empieza a contar otra anécdota trucha del diario, Ahora me atribuye la caída de un juez del Superior Tribunal en un escandaloso caso de corrupción judicial. De dónde saca tanta imaginación esta mujer, si llegaba a llamarse García Márquez, se mandaba Quinientos años de soledad y se quedaba corta. Al paso que sigue, lo de Watergate es un jueguito de pallana al lado de lo que yo hice en el periodismo santiagueño. La pateo por debajo de la mesa, pero el calibagre se da cuenta, ningún boludo el chabón. El sábalo también está alerta. Sospechan que la fiesta con la Nancy está a punto de venirse en picada. Hay un silencio incómodo. Alrededor de nosotros las jubiladas siguen su parloteo, dale que te dale. Parece una bandada de loros barranqueros, todos gritones, verdes, los ojos negros. Así son las maestras cuando se jubilan. Eso que algunas dicen que quedan roncas por el polvillo de la tiza. Macanas que inventan. En un momento pienso en organizar una fiesta con los pescados, pero después me digo que no Juancito, cuatro es multitud para estas jodas, aunque casos se han visto, claro. La Nancy anuncia que va al baño un momentito, que ya vuelve. Pongo mi mejor cara de infeliz y a la primera de cambio la sigo. Subo las escaleras. Está esperándome en el primer piso.
-Sos un guacho- me dice.
-Qué hacemos más tarde- pregunto.
-Nos vemos en un rato, en cuanto me libre de estos.
-Dónde.
-Andá por Periko, de paso comemos algo antes.
No pregunto antes de qué. Esta noche no tengo muchas ganas. Será que ya no soy el mismo de antes. Pero le digo que sí.
Cuando vuelvo del baño ella está con los pescados. La Nancy les habla de Borges. Qué sabrá el chancho de aviones si nunca ha mirado para arriba. Les digo que tengo cositas que hacer, saludo y me mando a mudar. Ellos me miran aliviados, creen que han ganado la partida. Que piensen lo que quieran qué me importa.
Regreso a la pensión. Los muchachos de la Catamarca miran la tele. Juega la Argentina, creo. Con razón había tan poca gente en la calle, me percato, sólo las jubiladas de Fini. Me doy una ducha. La Coti me ha guardado una milanesa del mediodía. Hago un sánguche, y lo voy comiendo mientras miro los últimos estertores del partido. La Argentina va perdiendo. Los changos van a ir al boliche. Les digo que me esperen, que vuelvo y me prendo con ellos. A esta altura del mes la Coti ya no reclama que le pague la pensión. Sabe que le voy a quedar debiendo, igual que el mes anterior y posiblemente lo mismo que el próximo.
-Esperame que tengo unos asuntos en el centro y vuelvo- le digo. Y le pellizco la nalga, para que sepa que voy a volver tarde.
-Es sábado, qué quieres.
-Vos, siempre el mismo- me reclama.
-Tengo cositas que hacer. Aguantame despierta y organizamos una fiestita privada.
Le susurro al oído, acordándome de la Nancy, que ya se debe haber despegado de los pescados.
Antes de irme le pregunto a uno de los changos a quién le ha chacado las zapatillas. Son de las que tienen lucecitas. Una maravilla. Deben salir como trescientas lucas, tal vez cuatrocientos.
-Son legales-legales, gato- me responde.
-Ahá- le digo. Sabe que no le creo.
Bañado soy otro. Camino despacito hacia el centro. Ya ha pasado el partido. Otra vez perdió la Argentina. Mejor. Muchos se ponen insoportables cuando gana. Gritan, agitan banderas, se enardecen, cantan y bailan, están felices, salen a la calle, festejan, nunca he sabido por qué, ahora que estoy viejo, menos, pero ya no pregunto, no me gusta quedar mal con los futboleros. Al final, salvo por ese fanatismo inútil, son buena gente, de laburo.
En Periko está la Nancy. Desde lejos me relojea. Ya no están los pescados. Desaparecidos en acción, se la merecían más que yo, por supuesto. Toma un café y fuma. Entro. Me reta.
-Has demorado, che.
-El tránsito está imposible- bromeo.
-No me digas, ni bicicleta tienes.
Quedamos un rato en silencio. Pienso en las fiestas que hicimos. Ella me mira y me guiña un ojo.
-Pedite algo para comer- le digo, como para romper el hielo.
Llama al mozo y encarga un lomito completo.
-¿Y vos?
-No voy a comer, no tengo hambre.
Me toco la panza con la mano derecha y le hago el típico gesto de hígado maltratado.
-Tomate una Hepatalgina- me recomienda. Pone una cara como la que sabía poner mi madre cuando me decía algo y sabía que no le iba a hacer caso. Pobre vieja. Uno de estos días tengo que ir a verla.
Apenas el mozo se retira, la Nancy comienza a recordarme historias antiguas que teníamos. El baile de carnaval en el que nos conocimos, la hermana que nos presentó, las cosas que le mentía para conquistarla y el título de médico pediatra del hospital Regional que me inventé esa noche y, por supuesto, nunca le mostré porque agatas llegué a quinto año del secundario. Hasta hoy la hermana sigue diciéndome doctor cada vez que me ve por la calle. Y ya no voy a sacarla del error. Después me habla de su laburo en Catastro, de la jefa maldita que tiene, me pregunta qué puedo hacer para denunciarla en el diario, poné que el otro día cuando pasabas por ahí, alguien te ha contado lo mal que trata a las empleadas. Porque a los empleados los trata bien, esa turra. La vieja se comenzó a morir el día que falleció mi viejo, Mis hermanas le dan una vuelta todos los días. Adora a los nietos y a pesar de que ya están grandes, cuando van a visitarla les convida caramelos. Está buena la Nancy, lástima que hable tanto, no puede parar, le agarra como una compulsión. Se conserva en formol, parece. Debe hacer régimen o algo, porque ni siquiera le han crecido las caderas como a otras. Tampoco como para decir
-¡Ooohhh! ¡qué espectáculo!
Pero está ahí, correcto el pase. Veterana de mil batallas, casi todas perdidas, me parece. Le pido que me aguante un cacho porque tengo que irme.
-Pero ya vuelvo.
-No me dejes plantada. mirá que no tengo para el sánguche.
-Si te digo que ya vengo, ya vengo.
La tranquilizo.
Y me mando a mudar. No tengo un mango partido por la mitad. Además con sus cuentos de los bailes de carnaval, la dirección de Catastro, la jefa, las compañeras, la atención al público, los expedientes que no caminan, el tarjetero de la entrada y la mar en coche, ya me tiene con los huevos hasta la tercera napa freática. Alguna vez he pensado que si hubiera sido muda ya me habría casado con ella, tendríamos tres hijos, casita con porche en el frente, Renault 12 para trabajar de remisero a la tarde, cuentas en Frasogo o como quiera que se llame el boliche donde compra lavarropas la gente. El problema es que no para de hablar, es una máquina de soltar palabras. No sólo eso, exige que le contestes, que estés atento. Cansa.
Salgo apurado. Con el último aliento de la tarjeta del celular le marco a Cecilia.
-Qué haces.
-Aquí estoy, haciendo vida en familia. ¿Y vos?
-Nada, extrañándote, mi vida
-Venite.
Me cuelga. Huelo algo raro. Igual voy. Esta noche te agarro y te amasijo, pienso.
Córdoba al 400. Muchos autos en la calle. Toco el timbre. Cuando la Ceci me abre, me doy cuenta de que ya estoy entrampado. Hay fiesta. Cumpleaños del viejo. Sonamos, vida en familia. Volvieron los Campanelli. Vinieron todos, con razón los vehículos.
-Vení que están todos.
Dice la Ceci. Me agarra del brazo y me lleva de la rastra hasta el patio. Uy. La tanada en pleno, tíos, tías, sobrinos, padrinos, madrinas, cuñadas, cuñados, suegros, yernos, nueras, nonos y nonas, novios y novias de pelajes variados, además de felices consortes. Los chicos corretean por el patio, desvelados y llenos de energía. No falta ni el canario. La Ceci sabe que si me avisa antes, no voy. No me agarran ni en pedo, no paso ni a veinte cuadras a la redonda. Me hago humo durante varios días, por las dudas. Van por la mitad del asado. Saludo a los viejos, no les queda otra que sonreírme. Algunas tías me miran con curiosidad, la vieja debe haberles contado lo de la nena, Una chica tan buena, tan estudiosa, tan de su casa, agarrarse con ese malandra. Qué pena, che.
La Ceci me instala al lado de uno de los hermanos. Apenas me siento me pregunta qué opino del partido. La conversación viene de fútbol.
-Lo que pasa es que no se sabe bien a qué juega la Argentina, ¿no? Ha faltado un buen volante de contención, un enganche- largo el bolazo.
Me interrumpe el cuñado, encantado con el comentario. Se ve que tiene preparada una perorata larga sobre la Selección, se sabe los nombres completos de los jugadores, en qué puesto juegan, de qué clubes vienen, todo. Yo pienso en los muchachos, que a esta hora deben estar saliendo a milonguear. A cada rato hago así con la cabeza y le doy la razón. No sé por qué, pienso en Saravah. De niño, los sábados mis padres me llevaban a Saravah. Era una confitería para grandes y chicos, sobre todo los sábados a la noche, como ahora. Odia a Maradona, el cuñado, pero no me queda claro por qué. Observo una de las primas, está buena. El novio le hace marcación personal. La miro disimuladamente, estamos en familia. Está buena la primita, tiene una cara de atorranta que mata. Al rato la Ceci me lleva a la cocina. El hermano sigue disertando sobre Lionel Andrés Messi. No hay caso, se las sabe todas, hasta el segundo nombre. Me olvido de Saravah, del que no queda ni un triste recuerdo, ni un monolito que recuerde dónde quedaba. Malaya triste destino, los boliches argentinos.
-Vení que vamos a servir el helado. Es de Limar- me avisa Cecilia. No hay nadie en el living, me arrastra hasta ahí. Frente al cuadro del abuelo llegado del Friuli, nos besamos. Está feliz.
-Yo creía que no ibas a venir.
-Eh, ¡cómo crees que te voy a fallar!- le digo, pero no entiende el chiste.
Y aprovecha para contarme que esa noche no vamos a salir a ninguna parte.
-Después tengo que ayudar a mi mamá a lavar los platos.
-No te hagas drama.
-Pero se me va derechito a la pensión, ¿eh?
-Claro, mi vida.
Pienso en los muchachos de la pensión, ya deben haber salido para el boliche. Las dos de la mañana, cómo pasa el tiempo en estas fiestas.
Como a las tres me mando a mudar. Antes de que empiecen a quedar cuatro o cinco parientes preguntones. Miento que tengo que trabajar al otro día. Igual, no faltan las chusmas. Una de las viejas me agarra al vuelo antes de que me vaya.
-¿Usté trabaja los domingos?- se hace la curiosa.
-Así es doña -le digo- el diario de los lunes no se hace solo.
Lo piensa un momento y me da la razón.
-Uno de estos días le voy a contar de un vecino que tengo, funcionario el hombre. Se va a hacer una panzada para sus notas.
-Hablemé y conversamos- le doy mi número de teléfono.
Es la madre de la primita de la Ceci. Nunca se sabe.
A la vuelta paso por Periko. La confitería está casi vacía. La Nancy sigue en la mesa, pegada al vidrio de la pecera, firme como rulo de estatua, plantificada. Me mira como si yo fuera un querube salvador.
-Al fin vuelves, che ¿Dónde te habías metido?
Está hecha una furia. Saco treinta pesos y pago la cuenta. La Ceci me ha prestado unos mangos, si no, no pasaba por Periko ni mamado.
-¿Qué hacemos?- le pregunto.
-No sé vos, lo que es yo, me tomo el buque.
-Eh. No me dejes así.
-Sos un hijo de puta- me insulta esa mal agradecida. Le pago el sánguche. Me sigue insultando con todos los agravios que sabe, que no son pocos.
Y se manda a cambiar. Uf. Menos mal, ya no la bancaba
Qué le vamos a hacer.
La noche se queda oscura y solitaria. Pido un café y lo tomo amargo para sacarme el gusto empalagoso del helado de sabayón.
Camino despacito por la Buenos Aires. De regreso a la Catamarca. En la pensión está todo oscuro. Paso despacito por frente al dormitorio principal, no vaya a ser que la Coti se despierte y quiera guerra. No quiero lolas. Ya está, se terminó el sábado. Mañana tengo que estar temprano en el diario. No sé qué quieren hacer, notas especiales para el lunes. Siempre inventan algo. Me desvisto y me acuesto sin prender la luz para que no se avive la otra.
Al rato viene la Coti. Parece que me ha sentido. Sonamos, no se olvida de que le he prometido guerra. Me hago el dormido.
-¿Juan?, ¿Juan?
Me llama despacito.
Pego un ronquido y me doy vuelta.
Sigue insistiendo.
-¿Juan?, ¿estás dormido?
Me dan ganas de reírme, pero ha prendido la lamparita y se va a dar cuenta de que me estoy haciendo nomás.
Me mira un rato y se va.
Otra vez zafé. Qué artista están perdiendo las tablas, pienso mientras me agarra un cansancio viejo, como de muerto.
Los muchachos deben estar milongueando de lo lindo. Si tienen suerte, se enganchan una mina y terminan bien el sábado. Me voy durmiendo.
Mañana será otro día.
http://juanaragon.blogspot.com/2009/09/direccion-de-catastro.html
ESTA BUENO EL CUENTO.ES CIERTO?... TE PASO REALMENTE? HAY DETALLES QUE INDICAN QUE SI, PERO OTROS ME HACEN DUDAR... YA SE QUE ES UN CUENTO, PERO IGUAL QUISIERA SABER
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