Sensación placentera de María Luján Luna

Tomé su cara entre mis manos para evitar que la retirase como la última vez.

-¿Por qué no me concedes un primer y último beso? – Susurré en su oído, a modo de súplica, ignorando la multitudinaria cantidad de personas a nuestro alrededor.

Vaciló durante unos segundos.Ansiaba la respuesta, pues sabía que cometería el acto sin importar cuál fuera. Sus ojos brillaron como si al dolor de la ruptura de mi corazón lo fuéramos a sentir los dos.

-Porque no va a significar lo mismo…- Delicado y tímido, cómo toda la vida había sido – Yo… no quiero dejar las cosas peor de lo que están. Ya no quiero abrir más her-

No me resistí ni un segundo más.

Caí en la trampa que me habían tendido sus labios durante tanto tiempo; todos los muros, todas mis barreras se vinieron abajo.

La entrada al infierno.

Las lágrimas recorrían mi cara, incesantes, imparables. Cada lágrima arrastraba un recuerdo de su presencia, que arañaba las paredes de mi alma, haciendo del dolor, una sensación pero aún. No era un beso apasionado; tampoco era un beso como de las películas. No era un beso honesto, ni con amor.

Era más un lamento, un HASTA NUNCA envuelto entre caricias que trataban de amortiguar el impacto de sus esquinas punzantes. Un SIEMPRE TE VOY A AMAR oculto en el fondo de la caja, como para que nadie lo encuentre. Un ADIÓS entre susurros ininteligibles.

Se resistió a que mis caricias lo arrastraran al infierno conmigo, pero él no me entendía por completo. Era una necesidad. Él era mi necesidad. Siempre había sido un constante dolor de cabeza, un zumbido al costado de mi mente que se intensificaba cada vez que intentaba alejarme. Era una molestia que deseaba que jamás se marchase.

UNA AGONÍA AGRADABLE.