Una breve instrucción para sacarse los mocos debiera comenzar reseñando que debe buscarse un momento de sana meditación para hacerlo, preferentemente en soledad, aunque a veces no haya más remedio que hacerlo en público, sobre todo cuando se sospecha que amenazan con asomarse por una de las fosas nasales.
Para comenzar se debe poner la mente en blanco, mirar hacia arriba y fijar la vista en algún objeto lejano, una nube pasajera, un eucalipto que sobresale de la casa del vecino, un perro que en la otra cuadra se las rebusca mordiendo un hueso viejo, cualquier cosa que aleje del mundanal ruido y ponga a quien comenzará esta ardua tarea en posesión de su yo más íntimo.
Si el moco negara -o negase- a salir, ya sea porque quedó enredado entre los pelitos de la nariz o por una natural predisposión que tienen a permanecer a la sombra, aplique el dedo índice contra las paredes, tratando de ubicarlo como dicen que hacían algunas parteras con nuestras madres cuando uno de nosotros no nos queríamos acomodar para salir: usted deberá aplastarlo aplanándolo, cosa de hacerle ver quién manda. Pero si tiene la suerte de que de una el moco se deja prender con dos dedos, aunque fuere con los últimos pedazos de las uñitas, entonces todo será pan comido, en este caso se debe tirar de él, para luego proceder a su -digamos- inhumación. De otra forma, se intentará primero con el índice y si también se niega a emerger a la superficie, se lo atacará con el meñique, último recurso antes de recurrir a arbitrios más expeditivos como sonarse la nariz.
Los mocos se clasifican en tres grandes grupos: blandos y pegajosos, son los butaqueros, duros o rebeldes y eclécticos, también llamados ni muy muy ni tan tan. El blando es más fácil de extraer, pero tiene la desventaja de que después no hay cómo tinquiarlo porque se adhiere ora a un dedo, ora a otro y por más que uno se esfuerza, no se quiere ir: es el que finalmente queda pegado debajo de la silla o la butaca y de allí su nombre. En cierto sentido el rebelde es como más amigable, una vez que se lo toma correctamente de una arista sobresaliente y se completa la operación con éxito, brinda una satisfacción más honda. El ecléctico es duro por una parte, pero gomoso por la otra y es un traidor, porque se aprovecha de la primera condición para dejarse agarrar con tranquilidad, pero luego se prende con todas sus fuerzas para no salir.
Seguramente este escrito ha de tener infinidad de críticas, pero los lectores sabrán comprender que hay poca bibliografía sobre el tema, por lo que quienes se aventuran a tratarlo debemos navegar por aguas desconocidas.
Para comenzar se debe poner la mente en blanco, mirar hacia arriba y fijar la vista en algún objeto lejano, una nube pasajera, un eucalipto que sobresale de la casa del vecino, un perro que en la otra cuadra se las rebusca mordiendo un hueso viejo, cualquier cosa que aleje del mundanal ruido y ponga a quien comenzará esta ardua tarea en posesión de su yo más íntimo.
Si el moco negara -o negase- a salir, ya sea porque quedó enredado entre los pelitos de la nariz o por una natural predisposión que tienen a permanecer a la sombra, aplique el dedo índice contra las paredes, tratando de ubicarlo como dicen que hacían algunas parteras con nuestras madres cuando uno de nosotros no nos queríamos acomodar para salir: usted deberá aplastarlo aplanándolo, cosa de hacerle ver quién manda. Pero si tiene la suerte de que de una el moco se deja prender con dos dedos, aunque fuere con los últimos pedazos de las uñitas, entonces todo será pan comido, en este caso se debe tirar de él, para luego proceder a su -digamos- inhumación. De otra forma, se intentará primero con el índice y si también se niega a emerger a la superficie, se lo atacará con el meñique, último recurso antes de recurrir a arbitrios más expeditivos como sonarse la nariz.
Los mocos se clasifican en tres grandes grupos: blandos y pegajosos, son los butaqueros, duros o rebeldes y eclécticos, también llamados ni muy muy ni tan tan. El blando es más fácil de extraer, pero tiene la desventaja de que después no hay cómo tinquiarlo porque se adhiere ora a un dedo, ora a otro y por más que uno se esfuerza, no se quiere ir: es el que finalmente queda pegado debajo de la silla o la butaca y de allí su nombre. En cierto sentido el rebelde es como más amigable, una vez que se lo toma correctamente de una arista sobresaliente y se completa la operación con éxito, brinda una satisfacción más honda. El ecléctico es duro por una parte, pero gomoso por la otra y es un traidor, porque se aprovecha de la primera condición para dejarse agarrar con tranquilidad, pero luego se prende con todas sus fuerzas para no salir.
Seguramente este escrito ha de tener infinidad de críticas, pero los lectores sabrán comprender que hay poca bibliografía sobre el tema, por lo que quienes se aventuran a tratarlo debemos navegar por aguas desconocidas.
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