La negra me pidió que posteara algo, algunas líneas post-inauguración de La jeta. Y aunque jamás se ingresó en el plano de los detalles, de los qué y los cómo, bien porque ya estábamos en su casa en posiciones demasiado horizontales (leáse muertas, fatigadas, y evítense en este caso lecturas eróticas), bien por eludir demagogias y sacarle provecho al mecanismo de las palancas (tiro fuerza y potencia, y el resto, que puedo aceptarlo o no, le toca al otro), o bien porque a veces se está casi en el terreno de los sobreentendidos … imagino que en una primera lectura puede presumirse – de hecho, yo debo haberlo hecho – que el pedido de la negra y otras cositas de la Jeta (el blog, el cuadernito verde limón para firmas y graffitis…) responde a un afán de registro, de burocracias, oficialismos y demás.
Pero como no puedo con mi genio y necesito ir más allá – y de ésto que sigue y lo anterior yo me hago cargo, y entiéndase que no por solicitudes externas y menos aún en rol de portavoz o algo que se le parezca– pienso que el afán de postear un par de letras en un blog, de volcar por escrito algo, de hacer círculos para que en el medio tropiecen y se codeen con trifulca o guiño de ojo de por medio las palabras… de coger y decir en castellano, con ge, con jota o con doble ere y eses santiagueñas, a conciencia o no, va en busca de dar materialidad a algo que para mi forma de ver las cosas supera el que conste en acta.
Se me instala en la cabeza por ejemplo una de las tantas nociones que pude manipular en mis años de estudio: “Nombrar algo es crearle una existencia”. La palabra, y nada más que la palabra (dicho ésto en términos genéricos: verbal, visual, sonora etc…) al menos en esta tierra, es lo que amasa la forma y el concepto: la tuya, la mía, la de la realidad, la de las realidades, la del cosmos, la de lo extraterrenal, la del todo.
Si a lo que aquí y ahora intenta dársele existencia, nombrándolo, es un grupo literario, un paradigma en materia de escritura artística, un punto de encuentro para lunáticos en actitud de rascarse los pupos, un espacio de intercambio y cruce de lecturas que a posteriori o no enriquezcan algunos papelitos que andan rondando en nuestras casas en cajones de escritorio o archivados en la compu – y que presumo no son más que un signo de la necesidad de decir y coger en nuestra lengua y no en otra; de los cuales algunos, con un poco de suerte, habrán llegado al orgasmo –… me atrevo a decir que por el momento es secundario. Además es una materia en la que, si se quiere llegar a algún lado, poner en marcha un enunciado o fórmula del tipo “yo digo, tú dices, nosotros decimos, luego ésto existe”, claro está que supone un área de confrontación y fricción de códigos que no lleva tiempo, sino ciclos, y muchos más ingredientes que éso.
Sobre el asunto entonces, el “a qué se busca darle forma y existencia con todo esto” – el porqué, para qué, cómo, cuándo y quiénes – casi han diluviado las indagaciones, explícitamente o no; y si me atrevo a decir que para mí al menos la cuestión por el momento es secundaria, no es porque la alternativa de pronto pueda parecer que no hago más que buscar refugio o caparazón en el arca de Noé. No es éste el caso: primero porque no tengo todas las respuestas; y segundo, porque si las tuviera, quiero creer que una o dos voces no tienen porqué ser en ésto eco del resto del coro, y el coro aquí, sabemos, es amorfo y demasiado heterogéneo…
En cualquier caso, si me parece secundario por el momento, es porque me atrevo a conjeturar que en Santiago el primer conflicto a la hora de tratar de gestionar algo en materia literaria y hasta de otra índole es otro: la primera parte de aquélla proposición. Nombrar algo, aniquilar silencios, encontrar la palabra, si se quiere nuestra palabra, pulir garganta y voz para verbalizar todo o algo de lo que toca nuestros sentidos, para verbalizar el mundo. No sé cuál, porque sé que como muchos quiero decir mundos, pero estoy en la búsqueda de la forma de sustantivar y darle forma a ésto y creo, por implicaturas que puedo hacer a partir de lo que escucho, que a muchos les sucede lo mismo. Entonces mi punto es éste: si el conflicto es nombrar, nominalizar – y ésto va más allá de la problemática de la coerción y censura cultural –… de ahí que en literatura y en otras dimensiones nos ha costado (el que quiera acoplarse al plural lo hará) “crear, dar germen, gestionar existencias”. De lo que fuere: una hoja de paraíso, una cáscara de mandarina, el Carlos V, los campanazos de la casa de gobierno cada vez que pasa una hora, nuestras vaquitas y chanchitos que algunos tanto detestan… Viene y por ahora no, creo, al caso.
Lo extraño y quizás no de todo esto, es que también no pude evitar que se me venga a la cabeza de pronto la teoría del caos y el orden; claro que a riesgo de simplificar (seguramente eso estoy haciendo) ese magnífico sistema de explicación del devenir de las cosas. Esto lo traigo a colación porque aunque a la negra me la cruzo un poco más que al resto, porque aunque sabía que lo primero que venía en camino era Mairal, su tecno-erotismo y otras yerbas; el hecho de que aquí y ahora un cuento del susodicho autor me venga como anillo al dedo para decir el cúmulo de ideas que quiero decir, coger, y que quiero tratar de coger, tomar, asir y decir en mi lengua, no tiene nada de programático, no responde a un plan ni nada por el estilo.
Entonces una alternativa de lógica me dice que el caos y el orden son las dos caras de una misma moneda, y que si en el primer encuentro de la Jeta nos dimos con que muchos que andamos por el mundo sueltos como pelusitas en una suerte de caos cósmico – sí, puede ser, como la de Forrest Gump – tenemos alguna que otra inquietud en común; y que si Mairal, no porque haya sido previsto, hoy me viene y nos viene si se quiere como anillo al dedo para hacer un poquito de exégesis de algunas ideas que salieron a flote el sábado… es porque no todo es aleatorio y las piezas no están del todo inconexas. El efecto palanca, el efecto mariposa o el efecto gota de agua también han andado rondando por Santiago (no podía ser de otro modo, alégrense, algo nos dice que somos parte de un todo), y lo que puede parecer caótico puede revelarnos desde otro enfoque algún orden de cosas.
Espero no estar yéndome por la tangente y estar siendo medianamente (no pido más) clara. Esto, tomar a Mairal para darle lectura a algunas cositas a las que les dimos la licencia de fluir el sábado y que, si se quiere profundizar, están concatenadas con más cosas e intentan decirnos mucho más, también es un esfuerzo de indagación. Quiero creer que si los signos de interrogación eran uno de los denominadores que pudo vislumbrarse el sábado que tenemos en común, en muchos de ustedes también habrá hecho mecha alguna vez ese esfuerzo de indagación. Quiero creer también que la lectura que se hizo de Mairal el sábado no se cerró (cada uno habrá dejado puertas abiertas para seguir resignificando el texto) y que la misma no quedó circunscripta en esa cadena de asociaciones que suelen ser comunes cuando el punto de partida es un rótulo que tiende a encasillar, en este caso, la literatura erótica.
Lo que quiero decir con ésto es que si algo puede quedar en limpio sobre Mairal, a quien jamás había leído, no es sólo un discurso atravesado por la isotopía de lo sexual y lo erótico, o un registro que es factible que con cierto afán de búsqueda de efectos semánticos prescinde de eufemismos (es decir, por algo lo hace)… porque sería poco. Poquísimo. Si algo puede rescatarse aquí, y esto va a título personal, es que el señor para decir lo que le apetecía decir encontró nada más y nada menos que su palabra. Nombró algo y gestionó, sin rendir cuentas a nadie, el discurso para hacerlo. Hizo gárgaras con agua y limón, y dio rienda suelta a su ya entonada garganta. Si ese discurso y esa forma es el resultado de la confluencia de muchos otros que en un principio no fueron suyos no viene al caso, hasta es insoslayable, porque al fin y al cabo, a posteriori, de ese insumo el señor cogió un poco y creó lo suyo para terminar cogiendo y asiendo algo (un fragmento de mundo o lo que fuere) y luego arrojarlo y proyectarlo en sus papeles y en su propia lengua.
La analogía y la dualidad semántica que revela el título del cuento de Mairal que se leyó el sábado no me parecen ingenuas. Qué acto más potencialmente comunicativo que una cojida, que el acto sexual. Si existe una posibilidad de comunión en esta tierra esa es una de las pocas vertientes para materializarla. De ahí que la relación analógica entre la cojida, la cópula, lo que une y anexa y, por otra parte, el lenguaje, nuestra lengua, el castellano, la comunicación entre culturas, la fricción o intersección de códigos… no es para nada, me parece, un desacierto como recurso para plantear tópicos que trascienden lo meramente erótico. No en balde Mairal nos grafica un personaje que después de vivir con todos sus poros el éxtasis lingüístico, el orgasmo de la palabra, se muda de país, de lengua, de hemisferio y ahora coge (dice) poco y callado, haciéndose tristes pajas (puede figurárselo aquí sin saliva o hasta con la lengua mutilada) a la una de la mañana con el recato de por medio de no manchar la alfombra adquirida en cuatro cuotas en Ikea y eyaculando por eso en una hoja de rollo Paper Towel Extra Absorbent comprado en el Wal-Mart de Baron Drive.
Las estructuras a las que puede subordinarse el hombre a la hora de decir se dejan leer por sí solas. Estructuras, vale recalcar, extranjeras. Se podrá decir: ¿Qué pueden tener de nocivo las estructuras lingüísticas? ¿Hay acaso otro modo de desplegar universos de contenidos que no sea una estructura, una forma, un lenguaje? El quid de la cuestión es muy probable que sea otro: ¿Con qué estructuras lingüísticas quiero decir mis mundos: con las mías o con las de otros? ¿Se puede legitimar una lengua e invalidar a otras? ¿En un espacio micro todos tenemos que hablar una misma lengua? ¿Cuáles son los caminos para encontrar la palabra, pero no cualquiera, sino mi palabra? El planteo: “Problematizar la palabra, problematizar el sexo, la cópula, el nexo, la comunicación”. Otro naipe que entró a jugar a la cancha. Otra vez estuvimos y estamos ante el caos: los elementos sueltos que tal vez no son más que piezas de un mismo orden.
Como muchos, no sé en términos generales adónde apuntan aquí y hoy las balas. El caos, que sospecho que responde a algún tipo de orden, aún me resulta eso y no mucho más que eso: un caos. Conozco mis búsquedas y las de algunos de ustedes, lo que tampoco sé que tiene del todo una forma precisa y acabada, y no basta. Si estuve sentada ahí el sábado, fue porque pacté con la idea de que no iba a haber preconceptos ni predeterminaciones… de que hay un afán de despojarnos de eso en la medida de lo posible, porque es algo que siempre está latente… de que es demasiado pronto para arrojar lineamientos pero no puntos de partida.
Si en el futuro hay un blanco adonde apuntar bienvenido sea. Si ese blanco me parece digno prepararé las balas; si no lo es a mi criterio me haré a un lado en la fila. Si los tiros fallan continuaré en la búsqueda y sabré, aunque suene pelotuda la metáfora, que un día alguien estuvo conmigo y viceversa en la batalla. En un campo de batalla todo puede pasar: se entra a conciliar, hay que cuidarse las espaldas, se necesitan rótulos para darle funcionalidad y algo de lógica a lo inaprensible (los enemigos, los camaradas, los poderosos, los que se sublevan, los subordinados, los que no están de un lado ni del otro…)… Pero lo más comunicativo y lo que puede hacer cópula: nos salvan y salvamos.
Todo eso y más está ahí y no lo ignoro. En vano sería intentar hacerlo y no es mi opción. Pero mis balas por lo pronto, porque tengo derecho a tener un blanco en mente, no tienen energía para detenerse en eso, o quieren ahorrarla para otras cosas. Para continuar por ejemplo surcando caminitos que me lleven a dar con mi palabra, y si se puede, a otros con la suya. Para que Santiago – y Santiago son muchos de los que me rodean: los que se sientan a tipear ficciones frente a una compu o en alguna hojita suelta, y los que están fuera pero no de ese papelito y ese monitor –, también pueda abrir la jeta y decir y coger en su lengua, con doble ere o el sonido que más le plazca, pero con su lengua y no otra.
Pero como no puedo con mi genio y necesito ir más allá – y de ésto que sigue y lo anterior yo me hago cargo, y entiéndase que no por solicitudes externas y menos aún en rol de portavoz o algo que se le parezca– pienso que el afán de postear un par de letras en un blog, de volcar por escrito algo, de hacer círculos para que en el medio tropiecen y se codeen con trifulca o guiño de ojo de por medio las palabras… de coger y decir en castellano, con ge, con jota o con doble ere y eses santiagueñas, a conciencia o no, va en busca de dar materialidad a algo que para mi forma de ver las cosas supera el que conste en acta.
Se me instala en la cabeza por ejemplo una de las tantas nociones que pude manipular en mis años de estudio: “Nombrar algo es crearle una existencia”. La palabra, y nada más que la palabra (dicho ésto en términos genéricos: verbal, visual, sonora etc…) al menos en esta tierra, es lo que amasa la forma y el concepto: la tuya, la mía, la de la realidad, la de las realidades, la del cosmos, la de lo extraterrenal, la del todo.
Si a lo que aquí y ahora intenta dársele existencia, nombrándolo, es un grupo literario, un paradigma en materia de escritura artística, un punto de encuentro para lunáticos en actitud de rascarse los pupos, un espacio de intercambio y cruce de lecturas que a posteriori o no enriquezcan algunos papelitos que andan rondando en nuestras casas en cajones de escritorio o archivados en la compu – y que presumo no son más que un signo de la necesidad de decir y coger en nuestra lengua y no en otra; de los cuales algunos, con un poco de suerte, habrán llegado al orgasmo –… me atrevo a decir que por el momento es secundario. Además es una materia en la que, si se quiere llegar a algún lado, poner en marcha un enunciado o fórmula del tipo “yo digo, tú dices, nosotros decimos, luego ésto existe”, claro está que supone un área de confrontación y fricción de códigos que no lleva tiempo, sino ciclos, y muchos más ingredientes que éso.
Sobre el asunto entonces, el “a qué se busca darle forma y existencia con todo esto” – el porqué, para qué, cómo, cuándo y quiénes – casi han diluviado las indagaciones, explícitamente o no; y si me atrevo a decir que para mí al menos la cuestión por el momento es secundaria, no es porque la alternativa de pronto pueda parecer que no hago más que buscar refugio o caparazón en el arca de Noé. No es éste el caso: primero porque no tengo todas las respuestas; y segundo, porque si las tuviera, quiero creer que una o dos voces no tienen porqué ser en ésto eco del resto del coro, y el coro aquí, sabemos, es amorfo y demasiado heterogéneo…
En cualquier caso, si me parece secundario por el momento, es porque me atrevo a conjeturar que en Santiago el primer conflicto a la hora de tratar de gestionar algo en materia literaria y hasta de otra índole es otro: la primera parte de aquélla proposición. Nombrar algo, aniquilar silencios, encontrar la palabra, si se quiere nuestra palabra, pulir garganta y voz para verbalizar todo o algo de lo que toca nuestros sentidos, para verbalizar el mundo. No sé cuál, porque sé que como muchos quiero decir mundos, pero estoy en la búsqueda de la forma de sustantivar y darle forma a ésto y creo, por implicaturas que puedo hacer a partir de lo que escucho, que a muchos les sucede lo mismo. Entonces mi punto es éste: si el conflicto es nombrar, nominalizar – y ésto va más allá de la problemática de la coerción y censura cultural –… de ahí que en literatura y en otras dimensiones nos ha costado (el que quiera acoplarse al plural lo hará) “crear, dar germen, gestionar existencias”. De lo que fuere: una hoja de paraíso, una cáscara de mandarina, el Carlos V, los campanazos de la casa de gobierno cada vez que pasa una hora, nuestras vaquitas y chanchitos que algunos tanto detestan… Viene y por ahora no, creo, al caso.
Lo extraño y quizás no de todo esto, es que también no pude evitar que se me venga a la cabeza de pronto la teoría del caos y el orden; claro que a riesgo de simplificar (seguramente eso estoy haciendo) ese magnífico sistema de explicación del devenir de las cosas. Esto lo traigo a colación porque aunque a la negra me la cruzo un poco más que al resto, porque aunque sabía que lo primero que venía en camino era Mairal, su tecno-erotismo y otras yerbas; el hecho de que aquí y ahora un cuento del susodicho autor me venga como anillo al dedo para decir el cúmulo de ideas que quiero decir, coger, y que quiero tratar de coger, tomar, asir y decir en mi lengua, no tiene nada de programático, no responde a un plan ni nada por el estilo.
Entonces una alternativa de lógica me dice que el caos y el orden son las dos caras de una misma moneda, y que si en el primer encuentro de la Jeta nos dimos con que muchos que andamos por el mundo sueltos como pelusitas en una suerte de caos cósmico – sí, puede ser, como la de Forrest Gump – tenemos alguna que otra inquietud en común; y que si Mairal, no porque haya sido previsto, hoy me viene y nos viene si se quiere como anillo al dedo para hacer un poquito de exégesis de algunas ideas que salieron a flote el sábado… es porque no todo es aleatorio y las piezas no están del todo inconexas. El efecto palanca, el efecto mariposa o el efecto gota de agua también han andado rondando por Santiago (no podía ser de otro modo, alégrense, algo nos dice que somos parte de un todo), y lo que puede parecer caótico puede revelarnos desde otro enfoque algún orden de cosas.
Espero no estar yéndome por la tangente y estar siendo medianamente (no pido más) clara. Esto, tomar a Mairal para darle lectura a algunas cositas a las que les dimos la licencia de fluir el sábado y que, si se quiere profundizar, están concatenadas con más cosas e intentan decirnos mucho más, también es un esfuerzo de indagación. Quiero creer que si los signos de interrogación eran uno de los denominadores que pudo vislumbrarse el sábado que tenemos en común, en muchos de ustedes también habrá hecho mecha alguna vez ese esfuerzo de indagación. Quiero creer también que la lectura que se hizo de Mairal el sábado no se cerró (cada uno habrá dejado puertas abiertas para seguir resignificando el texto) y que la misma no quedó circunscripta en esa cadena de asociaciones que suelen ser comunes cuando el punto de partida es un rótulo que tiende a encasillar, en este caso, la literatura erótica.
Lo que quiero decir con ésto es que si algo puede quedar en limpio sobre Mairal, a quien jamás había leído, no es sólo un discurso atravesado por la isotopía de lo sexual y lo erótico, o un registro que es factible que con cierto afán de búsqueda de efectos semánticos prescinde de eufemismos (es decir, por algo lo hace)… porque sería poco. Poquísimo. Si algo puede rescatarse aquí, y esto va a título personal, es que el señor para decir lo que le apetecía decir encontró nada más y nada menos que su palabra. Nombró algo y gestionó, sin rendir cuentas a nadie, el discurso para hacerlo. Hizo gárgaras con agua y limón, y dio rienda suelta a su ya entonada garganta. Si ese discurso y esa forma es el resultado de la confluencia de muchos otros que en un principio no fueron suyos no viene al caso, hasta es insoslayable, porque al fin y al cabo, a posteriori, de ese insumo el señor cogió un poco y creó lo suyo para terminar cogiendo y asiendo algo (un fragmento de mundo o lo que fuere) y luego arrojarlo y proyectarlo en sus papeles y en su propia lengua.
La analogía y la dualidad semántica que revela el título del cuento de Mairal que se leyó el sábado no me parecen ingenuas. Qué acto más potencialmente comunicativo que una cojida, que el acto sexual. Si existe una posibilidad de comunión en esta tierra esa es una de las pocas vertientes para materializarla. De ahí que la relación analógica entre la cojida, la cópula, lo que une y anexa y, por otra parte, el lenguaje, nuestra lengua, el castellano, la comunicación entre culturas, la fricción o intersección de códigos… no es para nada, me parece, un desacierto como recurso para plantear tópicos que trascienden lo meramente erótico. No en balde Mairal nos grafica un personaje que después de vivir con todos sus poros el éxtasis lingüístico, el orgasmo de la palabra, se muda de país, de lengua, de hemisferio y ahora coge (dice) poco y callado, haciéndose tristes pajas (puede figurárselo aquí sin saliva o hasta con la lengua mutilada) a la una de la mañana con el recato de por medio de no manchar la alfombra adquirida en cuatro cuotas en Ikea y eyaculando por eso en una hoja de rollo Paper Towel Extra Absorbent comprado en el Wal-Mart de Baron Drive.
Las estructuras a las que puede subordinarse el hombre a la hora de decir se dejan leer por sí solas. Estructuras, vale recalcar, extranjeras. Se podrá decir: ¿Qué pueden tener de nocivo las estructuras lingüísticas? ¿Hay acaso otro modo de desplegar universos de contenidos que no sea una estructura, una forma, un lenguaje? El quid de la cuestión es muy probable que sea otro: ¿Con qué estructuras lingüísticas quiero decir mis mundos: con las mías o con las de otros? ¿Se puede legitimar una lengua e invalidar a otras? ¿En un espacio micro todos tenemos que hablar una misma lengua? ¿Cuáles son los caminos para encontrar la palabra, pero no cualquiera, sino mi palabra? El planteo: “Problematizar la palabra, problematizar el sexo, la cópula, el nexo, la comunicación”. Otro naipe que entró a jugar a la cancha. Otra vez estuvimos y estamos ante el caos: los elementos sueltos que tal vez no son más que piezas de un mismo orden.
Como muchos, no sé en términos generales adónde apuntan aquí y hoy las balas. El caos, que sospecho que responde a algún tipo de orden, aún me resulta eso y no mucho más que eso: un caos. Conozco mis búsquedas y las de algunos de ustedes, lo que tampoco sé que tiene del todo una forma precisa y acabada, y no basta. Si estuve sentada ahí el sábado, fue porque pacté con la idea de que no iba a haber preconceptos ni predeterminaciones… de que hay un afán de despojarnos de eso en la medida de lo posible, porque es algo que siempre está latente… de que es demasiado pronto para arrojar lineamientos pero no puntos de partida.
Si en el futuro hay un blanco adonde apuntar bienvenido sea. Si ese blanco me parece digno prepararé las balas; si no lo es a mi criterio me haré a un lado en la fila. Si los tiros fallan continuaré en la búsqueda y sabré, aunque suene pelotuda la metáfora, que un día alguien estuvo conmigo y viceversa en la batalla. En un campo de batalla todo puede pasar: se entra a conciliar, hay que cuidarse las espaldas, se necesitan rótulos para darle funcionalidad y algo de lógica a lo inaprensible (los enemigos, los camaradas, los poderosos, los que se sublevan, los subordinados, los que no están de un lado ni del otro…)… Pero lo más comunicativo y lo que puede hacer cópula: nos salvan y salvamos.
Todo eso y más está ahí y no lo ignoro. En vano sería intentar hacerlo y no es mi opción. Pero mis balas por lo pronto, porque tengo derecho a tener un blanco en mente, no tienen energía para detenerse en eso, o quieren ahorrarla para otras cosas. Para continuar por ejemplo surcando caminitos que me lleven a dar con mi palabra, y si se puede, a otros con la suya. Para que Santiago – y Santiago son muchos de los que me rodean: los que se sientan a tipear ficciones frente a una compu o en alguna hojita suelta, y los que están fuera pero no de ese papelito y ese monitor –, también pueda abrir la jeta y decir y coger en su lengua, con doble ere o el sonido que más le plazca, pero con su lengua y no otra.
Bilina
(Verónica Pizzella)
(Verónica Pizzella)
a este blog le falta movimiento
ResponderEliminar¡manden cosas!
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