Hace un tiempo decía: voy a leer un poco de Perlongher para no entender nada, y leía esa poesía y sentía como un torrente de palabras y letras cayendo sobre el cuerpo, casi aplastándolo, pero no. Como cuando uno abre la ducha y la pone bien fuerte, cosa que el agua que limpia, también duela (es un goce). ¿Pero cuánto tiempo se puede sostener esa lectura? Las más de las veces la lectura trata de enmarcarse en el sentido, en la búsqueda que tranquilice. En ese momento estamos en el placer de la lectura, bajo la ducha de palabras que caen sobre el cuerpo produciendo efectos más allá del sentido, pero de un modo lo suficientemente suave como para olvidarse y poder atender a ese sentido, buscar, investigar, conocer, imaginar al autor, amar al autor. Imaginar, inventarse y amar a un autor aun sabiendo que es eso y no sólo eso. Se trata de ese instante imposible entre una y otra lectura. Dice Barthes en “El placer del texto”: es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición. Leer es para mí, entregarme a esa práctica erótica en la que aparezco y desaparezco, y vuelvo a aparecer indefinidamente.
martes, 9 de noviembre de 2010
Entre una y otra lectura - Andrés Navarro
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Es muy interesante lo de la lectura como práctica erótica, pienso que también es un camino sin retorno, un irse metiendo en el mundo, entre las voces, no una praxis solitaria sino un abrirse hacia el otro que es discurso, que es una voz que no puedo callar ni dominar. En ese vaivén se tensa la vida sobre el tiempo, es antes de apagarse inevitablemente.
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