Fabián tenia una uña larga en el dedo índice de su mano derecha. Cada 15 o 20 días (variaba según episodios personales o influencias externas) sentía dolores de cabeza que se alternaban con sensaciones de presión en la frente. A veces aguantaba 5 días antes de realizar su ritual de curación.
Se sentaba a la mesa, ponía una cartulina blanca y se acomodaba en la silla, con un toallón manchado, atado al cuello, cubriéndose pecho y espalda. Buscaba con la yema de los dedos un lugar específico en la zona del parietal derecho. Cuando la encontraba clavaba la uña, hundiéndola lo más posible. La piel pronto cedía, el cráneo tenia en ese lugar un agujero cuyo diámetro no superaba el medio centímetro, era cuestión de rasgar y cortar, luego introducía un tubito de una lapicera y ladeaba la cabeza para que saliera lo que provocaba la presión. Primero eran grandes letras imprentas, mayúsculas, times new roman negrita que se intercalaban con palabras en arial narrow cursiva que caían formando charcos y coágulos espesos. El tratamiento para su presión comenzaba a funcionar a los diez minutos, sentía alivio, y el dolor comenzaba a desaparecer. Experimentaba cierto mareo y una sensación de embriaguez que rozaba lo orgásmico. Con una toalla se limpiaba el costado de la cabeza y juntaba los pliegues de piel tapando el orificio. Pronto cicatrizaría, era cuestión de horas. Tomaba la cartulina manchada y comenzaba a moverla de un lado al otro como quien lee la borra de café en una taza.
Las frases se formaban solas y la historia surgía delante de sus propios ojos. Luego hacía secar la cartulina y la enmarcaba usando madera apenas pulida, protegida con un barniz mate. Las colgaba en una habitación amplia, preparada solo para sus obras, la pared estaba pintada en rojo bermellón, quedaban pocos espacios vacíos, en el centro había un sillón grande al estilo Luis XV en el que luego se sentaba para conmoverse con sus historias.
Nunca quiso ser escritor, nunca lo planeó, pensó ni tramó. Pero estaba signado en su camino.
A los 15 años una bruja, medio chamán y medio espiritista tocada con la varita de la locura después de haberlo observado un rato largo, lo sentenció.
- Las mejores historias saldrán de tu mente.
Y cuando él rompió en carcajadas la vieja le clavó la uña en el lado derecho haciendo crujir el cráneo y provocando la abertura en el hueso.
El dolor punzante duró unos segundos y ella siguió:
-Tu vida dependerá de ello, todo lo que tu espíritu creativo dicte se irá moldeando en tu cerebro y si no lo sacas, morirás. ¡Tu destino está marcado, niño! ¡Acabas de nacer, escritor! Bienvenido al mundo de las letras, doloroso y placentero, solitario y abrumador.
Se sentaba a la mesa, ponía una cartulina blanca y se acomodaba en la silla, con un toallón manchado, atado al cuello, cubriéndose pecho y espalda. Buscaba con la yema de los dedos un lugar específico en la zona del parietal derecho. Cuando la encontraba clavaba la uña, hundiéndola lo más posible. La piel pronto cedía, el cráneo tenia en ese lugar un agujero cuyo diámetro no superaba el medio centímetro, era cuestión de rasgar y cortar, luego introducía un tubito de una lapicera y ladeaba la cabeza para que saliera lo que provocaba la presión. Primero eran grandes letras imprentas, mayúsculas, times new roman negrita que se intercalaban con palabras en arial narrow cursiva que caían formando charcos y coágulos espesos. El tratamiento para su presión comenzaba a funcionar a los diez minutos, sentía alivio, y el dolor comenzaba a desaparecer. Experimentaba cierto mareo y una sensación de embriaguez que rozaba lo orgásmico. Con una toalla se limpiaba el costado de la cabeza y juntaba los pliegues de piel tapando el orificio. Pronto cicatrizaría, era cuestión de horas. Tomaba la cartulina manchada y comenzaba a moverla de un lado al otro como quien lee la borra de café en una taza.
Las frases se formaban solas y la historia surgía delante de sus propios ojos. Luego hacía secar la cartulina y la enmarcaba usando madera apenas pulida, protegida con un barniz mate. Las colgaba en una habitación amplia, preparada solo para sus obras, la pared estaba pintada en rojo bermellón, quedaban pocos espacios vacíos, en el centro había un sillón grande al estilo Luis XV en el que luego se sentaba para conmoverse con sus historias.
Nunca quiso ser escritor, nunca lo planeó, pensó ni tramó. Pero estaba signado en su camino.
A los 15 años una bruja, medio chamán y medio espiritista tocada con la varita de la locura después de haberlo observado un rato largo, lo sentenció.
- Las mejores historias saldrán de tu mente.
Y cuando él rompió en carcajadas la vieja le clavó la uña en el lado derecho haciendo crujir el cráneo y provocando la abertura en el hueso.
El dolor punzante duró unos segundos y ella siguió:
-Tu vida dependerá de ello, todo lo que tu espíritu creativo dicte se irá moldeando en tu cerebro y si no lo sacas, morirás. ¡Tu destino está marcado, niño! ¡Acabas de nacer, escritor! Bienvenido al mundo de las letras, doloroso y placentero, solitario y abrumador.
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